Tarik atravesó el estrecho con sus beréberes y en Guadalete, 711, derrotó y dió muerte a Don Rodrigo, último rey visigodo. Como una mancha de aceite se extendieron por el país, escasamente poblado, donde durante años, procedentes de África, se habían asentado muchos musulmanes en la península. Don Pelayo en Covadonga y otros Condes desde los montes cántabros y el Pirineo establecieron la resistencia, mal avenidos y con frecuencia peleando entre sí. Al sur, los invasores se afianzaron bajo un poder único. Con Abderramán III alcanzaron su esplendor. Se proclamó Califa, 912, pacificó sus territorios, se relacionó con los Imperios bizantino y germánico y construyó Medina Azahara. Le sucedió su hijo Al-Hakam II, 961, durante quince años. Su nieto Hisham II era un niño y ejercía el poder Almanzor, quien, tras arrasar el Monasterio de San Millán de la Cogolla, 1.002, murió y “fue sepultado en los infiernos”. Siete años después, al morir su hijo, el régimen amirí dejó de existir. El Califato se fragmento en 25 taifas (banderías) y aunque reprimidos por los almorávides y, un siglo más tarde, por los almohades, se impusieron los pequeños reinos de taifas que, luchando entre sí, se fueron debilitando. Solo quedó Granada. Los Reyes Católicos, tras aunar todos los reinos cristianos, decidieron incorporar tan bella fruta al escudo de España. Ahí permanece.

     El tripartito que gobierna España, tiene en manos de Carod-Rovira, la descomposición de España. De momento, quiere desintegrar el sistema económico de recaudación, pero sus fines los explica constantemente: abolir la monarquía parlamentaria e independizar Cataluña, al compás del País Vasco. Cuando se habla de reformar Estatutos, nadie quiere ser menos, Andalucía está dispuesta a ser una autonomía tan de primera como otra. Todos los reyezuelos autonómicos quieren su taifa, donde perpetuarse con una obra faraónica.

     Pensé, ha habido una desgracia cuando vi un coche negro parar a la puerta de la Moncloa y descender a un hombre totalmente vestido de negro, como de la funeraria. ¡Era Llamazares!. Cuando salió se agarró al atril y dió su versión de la retirada de las tropas de Iraq. Se lo había prometido Zapatero, en el discurso de investidura. El funerario lleva la política exterior: patada a Norteamérica, a los ingleses y a los otros 27 países que están ayudando en Iraq, entre ellos varios europeos, más de la mitad de los 25 que el 1 de mayo pertenecerán a la UE Y bajada de pantalones, con dulce sonrisa, ante Francia. Ya tiene Chirac prometida su Constitución Europea, donde ha metido la excepción cultural en beneficio de la francesa, término que para él equivale a europea, y se le ha despejado su protectorado sobre el moro. La tradicional política sobre el Sahara ¡a paseo!. En las arenas del desierto hay fosfatos y en la plataforma continental, por la que se extiende África por debajo del mar, frente a las costas del Sahara, hay una inmensa bolsa de petróleo. Todo para el moro, protegido por Francia. El funerario ha conseguido que consumemos todas las traiciones. ¡Tanto que Felipe González defendía a los polisarios!

     El funerario, con sus cinco diputados, está a punto de destruir el país y la democracia, como quiere su camarada, José Saramago, que en su reciente libro “Ensayo sobre la lucidez”, arremete contra el sistema democrático, porque solo permite la alternancia de partidos, pero no destruye al poder económico. No le gusta la libertad de empresa que consagra el artículo 38 de la Constitución Española. Prefiere su sistema comunista.

     En su ayuda, el otro socio del tripartito, Carod con ocho diputados, también está empeñado en romper España. Estos son los verdaderos gobernantes, porque el Presidente del Gobierno no está dispuesto a que le falten esos votos y perder el sillón. España le importa un bledo.

2 de mayo de 2.004, Diario "El Mediterraneo".