Memorias históricas incruentas
lunes, julio 31, 2006
Wenley Palacios

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     Los de la quinta del biberón salimos de Burriana y dormimos en la Iglesia de Torre En Domenech, requisada desde el principio de la guerra. Por la mañana entró un Comisario del Ejército, embutido en su abrigo de cuero y calzando unas enormes botas, pidiendo voluntarios para el frente del Ebro. Todos sabíamos que a los nuevos los ponían delante y caían como moscas. No se presentó nadie. Se cabreó “¡Todos al frente!” Sin haber comido, nos pusieron en marcha y nos dieron a cada uno veinte balas, fusil solo hubo para la mitad. Cuando caía el del fusil lo cogía el que no tenía. Nos sorprendió la noche en la ladera que mira al Pla de Vilafamés donde había un aeródromo. Era temprano cuando la aviación enemiga nos vió y se ensañó con nosotros. No teníamos comida, armas, munición, uniformes, ropa de abrigo, ni calzado. Algunos cogían trozos de sacos para envolverse los pies y los ataban con cuerdas. Salimos de allí y llegamos a un monte sobre la ermita de San Vicente. Abajo estaban los “otros” en orden, uniformados, abrigados con capotes. Veíamos las cocinas de campaña y el ganado ¡carne! que llevaban. El hambre nos hizo pensar en pasarnos. Uno, de los cuatro que íbamos juntos, nos advertía “si nos pasamos los nacionales nos fusilarán”. Pero el hambre apretaba, así que bajamos a la ermita. Nos recibieron bien y nos dieron de comer de todo. A la mañana siguiente para desayunar chocolate. “Nos están engordando para fusilarnos” decía el “temoruch”. Ninguno había cumplido los 18 años”.

     Salíamos del funeral de Pepe que nos había contado tantas veces la historia que acabo de relatar y estábamos recordándola, cuando Eduardo me dijo: “Yo también tengo memorias históricas. En enero de 1.937 un personaje, ahora muy homenajeado, que lucía pistola al cinto, fue designado Comisario-Director del Instituto. De entrada, al Catedrático de Francés lo destituyó por desafecto, incluso le prohibió dar clases particulares; pero había estado en Cuba, llamó al Consulado de Valencia, le mandaron un coche con banderín de aquel país, se lo llevaron y logró salvar su vida. En mayo de 1.938 el Comisario-Director ordenó a todos los Catedráticos evacuar el Instituto Ribalta e incorporarse al Luis Vives de Valencia. Los de Lengua y Literatura, Geografía e Historia y Matemáticas, decidieron quedarse, pero Paco el Minero, el bedel, que formaba parte del Comité de Milicias, les avisó “el Comisario-Director os ha denunciado”. Al de Lengua y Literatura y al de Geografía e Historia los escondió en el enorme edificio del Instituto, que se había quedado vacío, hasta que llegaron las tropas nacionales. El Catedrático de Matemáticas estaba en su casa y le obligaron a ir a pie a Valencia, regresó al acabar la guerra muy delicado del pecho y al poco falleció. El de Lengua y Literatura fue acusado de firmar un manifiesto, pues, en su condición de Secretario del Instituto, era diputado. Pero había sido cosa del Presidente de la Diputación, que firmó por todos sus miembros, sin saberlo ellos. Llevaron al detenido al Casino Antiguo, convertido en algo así como Cuartel General, pero, Paco el Minero, realizó urgentes gestiones, acreditó que no había firmado el manifiesto y quedó en libertad”.

     Los personajes de estas dos historias tienen nombre y apellidos, son reales. Mis nietos dicen que son batallitas, pero el Gobierno dice que es memoria histórica.

23 de mayo del 2006, Diario "El Mediterráneo".

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