“¡Guardia! Manolo de Juana, el vecino del quinto del número 127, es un delincuente, estaba fumando en el jardín de los niños que hay al final de la calle.” “Buenos días señor”, le contestó saludándole con la mano en la visera de su gorra, “tenga en cuenta que a esta hora no hay niños en el jardín, son las seis de la mañana.” Volvió saludar militarmente y se alejó.
Al poco se encontró con otro vecino. “Agente, Mosén Ricardo al salir por la puerta de la iglesia, aun no había bajado el primer escalón, sacó la cajetilla, se metió un cigarrillo en la boca, chupó muy fuerte y tiró un bocanada de humo, que la plaza parecía nublada”. “Buenos días”, dijo el Agente saludando con un gesto de la mano en su gorra, “No puedo hacer nada, no era la puerta de un colegio ni de un hospital, además no va mucha gente a misa primera, a las seis de la madrugada”.
“Policías vengan conmigo y ustedes mismos verán con sus propios ojos cómo el dueño del Bar Rosendo, ese que se anuncia -cervezas y tapas-, ha puesto en la parte de afuera del ventanal una barra donde los clientes se acomodan en taburetes y Rosendo y su hija les sirven desde dentro ¡Y fuman y hay ceniceros en la barra¡ Se están cachondeando de la señora Ministra.”
Con razón a sin ración se nos ha ordenado denunciar, convertirnos en guardianes de nuestros vecinos, de los demás ciudadanos. Hay mandamases que no pierden los reflejos, los malos hábitos adquiridos. No me refiero al fumar, sino a convertirnos en delatores, en chivatos, en acusicas, que es un vicio muy feo. Esa era la fórmula stalinista que aplicaba la URSS y otros paraísos comunistas para acogotar al pueblo, que unos acusen a otros y éstos a aquéllos. Es una retorcida idea para destruir la confianza de los ciudadanos entre si, para aniquilar la camadería y el honor del grupo. Quien lo ha ordenado sabe muy bien que siembra el recelo, la desconfianza y destruye las relaciones de convivencia. Convierte al hombre y a la mujer en un ser solitario, insolidario, entregado a la ley de la selva igual que el animal solo y sin contacto con la manada. Ana Frank bajó a fumar al bar y un vecino la delató. Así funcionan las dictaduras de todo signo, convirtiendo a sus subditos en delatores de su vecino. Un método infame.
No todos son entusiastas delatores. El Asador Guadalmina de Marbella se ha rebelado contra la ley anti-tabaco, que dice, en un cartel anunciador colocado en su establecimiento, es una “cortina de humo, creada por nuestro Gobierno para tapar siete años de destrucción masiva de España” y anuncia que no la cumplirá en aplicación de los derechos que le son propios como empresa privada. La Policía Local ha denunciado al insumiso y éste piensa defenderse. En Castellón el Bar Espirit ha hecho lo mismo, porque se quedó sin clientela y ahora que permite fumar –según declaraciones de sus dueños- vuelva a tener el local lleno.
Describía Lorca el rasgo de bonhomía de Ignacio Sánchez Mejía con dos versos inmortales: “qué blando con las espigas/ qué duro con las espuelas.” No se por que buscan su tumba si no conocen sus versos, ni le entienden. La brava Policía Local que entró en el Asador mallerbí pidía la documentación a todo el que fumaba, como en los tiempos del Dictador -¿recuerdan?- son incapaces como cualquier otro policía de cualquier clase o cualquier fiscal de denunciar a Artur Mas y a José Montilla que públicamente dicen que no cumplirán las sentencias del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. ¿Tal vez estos dos personajillos son de mejor madre que José Eugenio Arias, el dueño del Asador Guadalmina?
Me molesta que fumen cerca de mí, pero más me molesta, me ofende y me saca de mis casillas que se prive de libertad a cualquiera, incluso la de fumar. La Constitución de Estados Unidos tras reconocer el derecho a la libertad añade “queda prohibido legislar sobre la libertad”. Sabia regla pues toda ley sobre la libertad la coarta.
11 de Enero de 2011, Diario "Mediterráneo".