El café del Turlo

Lucía una luna espléndida, eran las 3 horas de madrugada del 3 de agosto de 1936, empezaba el día dieciséis de la Guerra Civil. Un cabo del ejército nacional preguntaba a su compañero “¿oyes un avión?” El ruido de los motores aumentaba, pero no se veía el aparato, cuando de pronto se recortó su silueta sobre la luna blanca, situada a baja altura, casi posada sobre el horizonte. Venía de Este a Oeste, de la zona republicana, se dirigió hacia la ciudad, pero no oyeron avisos de sirenas, ni de campanas. “Será de los nuestros”. Tras el amanecer, Zaragoza cobró vida y toda la gente supo que por la noche habían tirado cuatro bombas, una cayó en el río Ebro, otra en la Plaza del Pilar y dos en el techo de la Basílica, pero se incrustaron en la techumbre, sin producir graves daños porque no hicieron explosión. Los comentarios corrieron por toda la ciudad.
En Vilafamés la plaza, que se corona con el palacio renacentista del Ayuntamiento, se inclina en punta formando la calle de la Fuente de la que, al poco, rompe la calle de la Diputación, la del Museo de Arte Contemporáneo. El Café del Turlo estaba en la esquina y era el de la gente conservadora. La casona es enorme, con planta baja, tres pisos altos y una falsa donde había cuatro habitaciones más. El Turlo, carpintero de profesión, al fondo tenía el taller, en el resto del bajo el Café y en las plantas altas alquilaba habitaciones, donde se alojaban los pilotos que servían en el aeropuerto construido en el Pla. Sus cinco hijas Adelina, Aurelia, Emilia, Teresa y Concha, algunas ya casadas, ayudaban a la madre en la Pensión y en el Café, que estaba muy bien equipado con 500 servicios, plato y taza, de porcelana y 500 vasos de cristal tallado. En el local, a veces, hacían teatro.
El día 2 de agosto de 1936 uno de los pilotos estaba desfisios, no quería la cena ni quería beber, estaba nervioso, inquieto. La mujer del Turlo le abordó “¿qué te pasa?” “ No, nada.” “Algo te pasa” insistió. Por fin, el piloto habló “tengo orden de bombardear esta noche el Pilar de Zaragoza.” “Tu eres republicano ¿qué problema tienes?” “Verá, una cosa es ser republicano y otra es la Virgen del Pilar, yo soy de Zaragoza y eso lo llevamos muy adentro.” Otro huésped les interrumpió y, cuando ella quiso darse cuenta, el piloto había desaparecido. Al día siguiente el muchacho había recuperado el apetito, las ganas de beber y, aunque solo era mediodía, tenía ganas de juerga. La dueña al ver al piloto tan contento le preguntó “anoche estabas mal y ahora tan contento ¿qué pasa?” “Lo he solucionado.” “¿Cómo lo has solucionado?” ”Me lo pensé, me fui al aeródromo, donde el avión, manipulé las espoletas de las bombas, salí rumbo a Zaragoza y cumplí la orden, eché las bombas sobre el Pilar, pero como estaban manipuladas no explotaron."
Así es el milagro que cuentan en Vilafamés. Otros dicen que el avión venía del Prat, junto a Barcelona, volando muy bajo, a ras de la Torres de la Basílica y al soltar las bombas no tuvieron tiempo de armarse, por eso no explotaron. En el Pilar se exhiben las dos bombas sobre una pilastra del templo, mostrando la intención de hacer daño en un punto clave de la Historia de España y cómo la Virgen del Pilar no lo consintió, impidiendo que explotaran haciendo milagro o inspirando milagrosamente a su devoto, el piloto republicano.
Las cosas no suceden según prevemos, cuando llega el tiempo del hecho previsto, circunstancias inesperadas dan otro resultado. “Mi reino por un caballo” dice Ricardo III, en el drama de Shakespeare. El caballo perdió una herradura, el Rey el caballo, la guerra y el Reino. Cualquier imprevisto varía el curso de lo que normalmente se espera, como en el milagro de Vilafamés una pequeña decisión lo cambió todo. Tal vez, los jueces, un referéndum o la conciencia de un grupo de diputados socialistas, cambien los planes de ZP y no se desmonte España.
7 de febrero del 2006, Diario "El Mediterráneo".
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