NO VOLVERÉ A NUEVA YORK

Después de dos operaciones mi pierna está bien,
pero mi cintura se queja de la columna, puedo subir
y bajar escaleras, estar sentado y conducir un poco, pero
no puede estar de pie, ni andar más de cien metros.
Los viajes largos se han hecho imposibles, si no
iría a París y me sentaría en la terraza de un café
por el placer de ver pasar parisinas por el bulevar,
bellísimas gacelas sobre tacones con su chic especial.
Iría a Roma y me sentaría en una de las terrazas
que están en la azotea en tantas casas romanas.
Rodeado de macetas de geranios, vería atardecer
sobre las cúpulas de las iglesias y oiría sus campanas
anunciando el rezo del Ángelus de la tarde.
No me olvidaría de ir a Estambul, donde confluyen
todos los caminos, de China a Iberia y de Egipto
a Escandinavia, me sentaría en la Villa de Pierre Loti
y esperaría ver llenarse de sol, al final de la tarde,
el agua azul del Cuerno de Oro y adormilarse
la ciudad vigilada por sus enhiestos minaretes.
Ya sabes porqué no iré a verte Nueva York,
no me volverán a salpicar las partículas de hielo
que desprenden los patinadores en Rockefeller Center.
Ni cenaré, flotando sobre el agua del Hudson, en el River Club
mientras contemplo el Puente de Brooklyn por debajo.
Desde un pequeña mesa rodeado de turistas japoneses,
se ven pasar los enormes trasatlánticos y al fondo
Nueva York, con todas las luces encendidas
de un mar de rascacielos con dos bellas torres,
el Empire con toda su fuerza y voluntad recordando
que Dios está mucho más arriba, y el Chrysler.
El modernista y elegante Chrysler Building
coronado con su magnífica torre, bellísima.
No volveré ver correr el agua con tanta abundancia,
produciendo tanta riqueza, como la que desde el lago Eire,
por el río Niágara con sus Cataratas,
y sus dos mil lagos y lagunas, llega al mar
dándole un profundo abrazo a Manhattan.
En una par de años cumpliré los ochenta, Dios mediante.
Ya que no estoy para viajes largos, ni aventuras,
atesoro la riqueza de bellos y plácidos paisajes,
de leales recuerdos de amigos, la mayoría ya
ausentes, mientras tenga yo vida, y el dulce sabor
de los besos robados y los sorprendentes. Y tengo
el privilegio de escribir con claridad, aunque
no volveré a callejear por tu asfalto, Nueva York.
Tengo el corazón y la mente activos y mi ordenador,
con ellos los viajes y las aventuras aun alegran
las horas que el trabajo diario me deja libres.
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