CUENTO DE NAVIDAD

Desde la puerta miró el interior de su hogar, una cama y un arca, el fuego donde calentarse y cocinar, y junto a la ventana el banco de trabajo. Cerró y subió a la furgona que utilizaba como taller volante para acudir a reparar chapuzas, y la puso en marcha. Condujo el cacharro con sumo cuidado por la carretera secundaria, parando de trecho en trecho para echar agua al radiador porque echaba humo. Su mujer no podía más, tenía los pies como botos y su vientre topaba con el salpicadero. Junto a las murallas de Jerusalen el motor explotó. Bajaron y preguntaron en las humildes posadas de los arrabales. Todos les dieron puerta, al ver la pinta que llevaban tras el largo y penoso viaje, parecían transhumantes. “Está todo lleno. Son muchos los que vienen a censarse –les decían- para poder votar en las elecciones de marzo, como vosotros”. Un joven tocado con un turbante blanco se apiadó de la mujer y dijo al marido: “Tal vez podaís reguardaros en las casetas de campo abandonadas. Alguna encontreís vacía”. Con mucho cuidado pasó un brazo por el robusto cuello del esposo y con el otro sujetó su pesado vientre. Él la llevaba casi en volandas mientras ascendían por la montaña. Encontró un cobertido abandonado, la acomodó sobre un montón de paja, se quitó el manto y la arropó, buscó leña, encendió un fuego y puso a calentar agua en una lata grande. Cuando a la joven encinta se le escapó el primer gemido de dolor, del cobertizo más próximo apareció una enorme mujer negra y se dispuso a asistirla. Por las trazas debía ser partera. Se retiraron los nubarrones que oscurecían el atardecer y apareció el cielo azul de una noche cuajada de estrellas. Al mismo tiempo, en el cobertizo, la partera levantó por los pies un bebé rubio, le dió un suave azote en las nalgas y rompió a llorar. Lo lavó, lo arropó con un paño blanco y lo dejó junto a su madre. José le confió: “El niño se llamará Jesús según le ordenó el Ángel que anunció a María la concepción de un niño, Hijo de Dios”.
Los cinco mil moteros que se habían congregado en Jerusalén iluminaron la montaña encendiendo los potentes focos de sus Harleys, y al compás de la cadencia de sus motores cantaban: “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Ha nacido el Niño Dios”. Se despertaron los “sin papeles” que también se resguardaban en la montaña y acudieron a adorarle. La partera contaba lo sucedido y la historia corría de boca en boca. Guiados por los focos de las Harleys aterrizaron tres helicópteros enormes, uno de oro, otro de plata y el tercero de titanio. De cada uno descendió un científico, los tres se postraron ante Jesús y le ofrecieron ricos presentes. La partera contaba lo sucedido y la historia corría de boca en boca. Llegaron las noticias hasta Jerusalén. Los sacerdotes no hicieron caso, estaban divididos en sectas y ocupados en disputarse los grandes beneficios de la dirección del Templo, pero al Rey no le gustaba lo que le contaban. Pensó que el pueblo descontento podía sustituirle por el Niño a quien todos adoraban y ordenó matar a todos los recién nacidos para estar seguro de su muerte. Los moteros y los “sin papeles” fueron por la furgona, cambiaron el radiador y el motor, y avisaron a José: “Coge a tu mujer y a tu hijo y largaros antes de que lleguen los esbirros del Rey”. Tuvieron el tiempo justo para huir al Norte de África, gracias a que la furgona había quedado como nueva.
Diario "Mediterráneo", 8 de enero de 2008.
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