2008. CUENTO DE NAVIDAD

Llegaban por la tarde cuando el sol se había escondido tras el monte Bartolo. Cuando imploraron al hombre de la bicicleta les replicó “¿Quiénes sois?”. “No tenemos papeles”. “Arriba antes de llegar a la autopista, subiendo por el viejo Camino a Borriol, hay una nave pequeña donde dan de comer a los que no tienen. De cenar no, pues a mediodía además de la comida nos llevamos una bolsa con bocadillos y fruta, así no hay que subir por la noche. En verano hace mucho calor y en este tiempo ya veis el frío como aprieta, además estos parajes son peligrosos. Hoy estamos de suerte, esta noche dan de cenar porque es día 24 y los cristianos celebran la fiesta de Navidad. Durante el mes del Ramadán también dan cena, porque los musulmanes de día no comemos nada, de sol a sol. Yo voy allí, podéis acompañarme”. “Ve delante que mi mujer apenas puede caminar, espera un niño para un día de éstos”. “La sentaremos en parte trasera de mi bicicleta y nosotros empujaremos, yo del manillar y tú desde atrás. Tenemos que empujar los dos porque es cuesta arriba.
A unos doscientos metros se veía la nave, una luz viva salía por todas sus ventanas. Dentro, a la derecha, separados por un pasillito, el aseo y enfrente un cuartucho con lavadero de piedra artificial, a su lado el cubo para la ropa sucia y un espacio de apenas un metro con un par de pozales y escobas. Al fondo una cocina donde trabajaban cuatro mujeres y tres hombres preparando la cena. A la izquierda el resto de la nave lo ocupaba un limpio comedor con mesas para ocho y para cuatro. Podían sentarse cómodamente más de sesenta personas. “Hacemos dos turnos y a veces tres”, informa el responsable de dar de comer a tantos necesitados, un hombre alto, enjuto, cercano a los ochenta años, calzado con sandalias, sin calcetines, y vestido con un raído vaquero y un par de gastados jerseys. Uno de los que esperaban en la puerta para entrar al comedor, al ver a la mujer que llevaban en volandas dos hombres que acaban de llegar cargándola en una bicicleta, dijo: “Que pasen al comedor a esta mujer”. Apenas entró rompió aguas. Se arremolinaron todos. Salieron dos mujeres de la cocina y con sentido práctico, sacaron pozales, escobas y el cubo de la ropa sucia del cuartucho, echaron al suelo unas bolsas con ropa vieja que había llevado Cáritas y sobre ellas acostaron a la mujer. Se lavaron los brazos hasta el codo y la ayudaron en el parto.
Los que esperaban estaban inquietos, todos se habían alejado respetuosamente del pasillito. El responsable salió a charlar con ellos, pues muchos extranjeros ya entendían nuestro idioma, aunque un grupo de africanos sólo hablaban por señas. “Tened paciencia, cenaremos un poco más tarde.” De pronto se oyeron risas y el lloro de un recién nacido. Las mujeres lo lavaron, lo arroparon con una manta de algodón doblada y lo dejaron sobre su madre que sonreía.
Cuando entraban en el comedor los que estaban fuera, llegaron tres grandes cochazos. Se apearon el Alcalde, el Presidente de la Diputación y el Delegado de la Generalitat, que hacían su ronda navideña por los albergues y comedores para transeúntes y necesitados. Al enterarse de lo ocurrido quisieron ver al niño y a sus padres. “Enseguida vendrá un ambulancia y os llevará al Hospital, os darán una canastilla y todo lo necesario para en recién nacido. Antes de despedirse preguntaron a la mujer como le iba a llamar. –“Jesús, como me ordenó el Ángel”. El Alcalde se dirigió al encargado: “Padre Ricardo, le crece la parroquia, feliz Navidad”. Los españoles, calés y payos, cantaban villancicos mientras les servían la cena.
30 de Diciembre de 2008, Diario "Mediterráneo."
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