EL PERRO DE PÁVLOV

Iván Pávlov nació en Riazán en 1849. En San Petesburgo estudió med icina y química y tras doctorarse completó sus estudios en Alemania. Pávlov fue profesor de fisiología en la Academia Médica Imperial. En 1904 obtuvo el Premio Nóbel de Medicina por sus investigaciones sobre el aparato digestivo y los jugos gástricos. Al llegar los comunistas en 1914 no fue represaliado, aunque decía cosas como “por ese experimento social que estáis realizando, yo no sacrificaría los cuartos traseros de una rana”. Murió en San Petesburgo a sus 86 años.
Pávlov observó que los perros salivaban al ver la comida y también a aparecer el que solía traerla, aunque de hecho no la llevara. Dio de comer a los perros tras hacerles oír una campanilla y comprobó que si oían la campanilla, aunque no apareciera la comida, salivaban. Pávlov, en base a estos experimentos, formuló el principio del “reflejo condicionado”.
El régimen comunista aplicó esta teoría a las personas, experimentando con los presos. Según estos estudios las palabras contienen reflejos condicionados en cadena que funcionan como lenguaje humano. Para comprenderlo, digamos que cuando un andaluz cobra el PER para malvivir, sabe que ha de votar a Chávez. Si no fuera por el reflejo condicionado y pensara libremente, vería que le dan una miseria y no hacen nada para que haya más empleo y buenos salarios en Andalucía, que junto a Extremadura, son las autonomías más pobres del país. En una palabra, el pobre andaluz, saliva cuando ve a Chávez porque le da la limosna del PER.
Algunos se horrorizan cuando oyen la palabra libertad, les entran picores, una incontenible desazón por todo el cuerpo, pero no es fácil dar muerte a la libertad; hay que matar al individuo. Se puede prohibir, encarcelar a los que la ejercen, pero no se puede exterminar. Cuando nacemos, en el alma, en nuestros genes, llevamos impresa la libertad y en el transcurso de nuestra vida, a poco que pueda, echar a volar. Sin embargo, no todos los hombres son auténticamente libres. Para ser libre se necesita poder elegir.
Ya lo he escrito otras veces, con estas o con otras palabras. Los que leen mis artículos, los que me oyen en persona o en televisión, saben que defiendo la libertad como el bien superior y más sagrado de la persona, la libertad es la que hace posible el resto de los derechos humanos. Muchos se sienten libres porque el día de las elecciones votan, aunque no eligen libremente la papeleta, porque no han aprendido a ser libres. Son esclavos de la tupida red de propaganda política que hace funcionar en ellos el reflejo condicionado. Han sido golpeados machaconamente con consignas de parlanchines, sucesores de los viejos charlatanes de feria, que se presentan iluminados por una sabiduría y una ética de las que carecen. Muchos se lo tragan porque así lo pregonan los corifeos de la tele, de la radio o de los periódicos. Se dejan llevar por esa maquinaria mediática que les machaca a todas horas; por los que están ufanos por haber mentido en el tema de ETA, para luego ilegalizar PCTV y ANV, como ha pedido la oposición durante años; por los que reinventan la Historia a su manera, para justificar oscuros fines, ocultando la verdad.
Los hombres debemos mantener nuestra categoría de animales racionales y dejar de salivar ante los campanillazos de la propaganda. La libertad, como dice Friedman, consiste en elegir con libertad. Todos estamos capacitados para elegir. El médico, el abogado, el panadero, el labrador, el pastor, el cocinero, todos en su profesión eligen. Uno el diagnóstico, otros el procedimiento judicial, la harina y la temperatura del horno, el tiempo de sembrar y cosechar, los pastos de invierno y de verano, los productos de la tierra y del mercado. Nuestra obligación es parar un minuto, o poco más, y pensar. Pensar en lo que han hecho los unos y los otros. En lo que nos proponen para el futuro. Pensar qué nos conviene elegir y votar.
4 de marzo de 2008, Diario "Mediterráneo".
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