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jueves
jun032010

EL CRISTO DE LA SANGRE

 

Entrando a mano derecha, sobre terciopelos rojos, el Cristo de la Sangre pende de un madero granate. Lo primero que buscan los turistas y guardan en sus cámaras es esta talla de finales del s. XVII, una imagen singular porque, en contra de la tradición, el crucificado pone el pie izquierdo sobre el otro. La devoción del pueblo de Vilafamés es muy antigua. La Cofradía de la Sangre guarda documentos desde 1595 y ya se describe el Cristo en el Inventario Parroquial de 1700. Lo tenemos por Patrono junto con San Miguel y la Virgen de la Asunción. La Iglesia que este año cumple el IV Centenario de su Consagración, está dedicada a la Asunción. A San Miguel el ermitorio construido en 1640. Y la vieja parroquia medieval, decorada en estilo barroco en el s. XVII, donde estaba el Cristo, se la conoce como la Iglesia de la Sangre. Después de la última guerra civil, como el retablo de la Iglesia de la Asunción había sido destruido en su mitad inferior, se encargó a un carpintero la reconstrucción de la parte baja, aprovechando los restos, en realidad sólo eran trozos de madera que habían quedado de él y de otros altares destruidos en su totalidad. En el centro dispusieron una hornacina y en ella colocaron al Cristo, que se había salvado de los demanes ocurridos durante la guerra, escondido entre la paja de una cuadra. Presidió el Altar Mayor hasta que en 1949 se adquirió la imagen de la Asunción que pasó a ocupar su puesto y el Cristo se trasladó a la Sacristía. En 1864 se pierde el rastro de la Cofradía aunque la devoción por el Cristo ha sido constante. En 1998, siendo Párroco Rafael Samsó, a quien debo la mayor parte de la anterior información, volvió a renacer la Cofradía y se colocó el Cristo, bajo el magnífico órgano de la parroquia que data de 1775 y está compuesto de 1909 tubos. Es un emplazamiento digno y acogedor para sus devotos. Al menos 125 somos cofrades, mujeres y hombres que le acompañamos en solemne procesión en Semana Santa junto con otros muchos fieles. 

La antigua devoción al Cristo de la Sangre tiene su razón de ser en que es el símbolo de la fe en Jesús. Podríamos prescindir de la imagen, como ha ocurrido en tiempos revueltos, pero no podemos olvidar que en la cruz murió infamado y martirizado, sufriendo el castigo más cruel y abominable, como lo definió Cicerón. En aquel madero vació su cuerpo de sangre, al punto que la lanzada en el costado solo vertió agua sanginolenta. Toda la sangre había sido derramada por cada uno de los hombres que han sido y serán. Y, para que no tuviéramos dudas, venció a la muerte y resucitó abriendo el Reino de Dios a todos. Él pagó, por cada hombre, con su sangre derramada, abriendo un ancho camino hacía la vida eterna. No llegaremos al Reino de Dios porque seamos buenos, sino porque el bueno es Él. Sólo pide, a cambio, un poco de amor, de ese amor nuestro pequeño, interesado y egoísta. Pide un poco de amor, aunque sea en el último instante, porque todos los que acuden a la viña del Señor, lleguen a trabajar al alba, al mediodía, o al final de la tarde, reciben el mismo salario. Por eso en el Reino de Dios no hay primera, ni última fila, todos están en lugar preferente, cualesquiera que haya sido la clase de su pequeño amor, porque lo que cuenta es el infinito amor que Él nos tiene. 

Las cruces eran tres. A un lado el crucificado era Dimas, que se apiadó de Jesús, porque no era un delincuente, como él y el otro ladrón crucificado, pero sufría la misma pena. Le pidió: “Cuando llegues a tu reino acuérdate de mi”. “Te aseguro” –le dijo Jesús- “que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”. Así funcionará el Juicio. No le dice tus pecados te son perdonados. Dimas está muriendo y  ha mostrado compasión y cariño por Jesús y a cambio de ese pequeño amor Jesús lo lleva al Reino de Dios. No tengamos miedo de que nos echen en cara nuestros muchos pecados. En el Juicio nos preguntarán por el amor. El gran pecado, tal vez imperdonable, es el desamor. Es una lección constante en los Evangelios. Cuando el padre de familia espera día a día la vuelta del hijo pródigo, desde la terraza de su casa ojea el fondo del camino por si lo ve volver. Cuando, por fin, aparece derrotado a lo lejos, baja, lo abraza y sin ninguna recriminación le repone en su lugar de hijo y organiza una gran fiesta. El Padre cuando alguien se le acerca, no le afea su conducta, lo abraza y lo tiene como al hijo fiel, porque la alegría por el recuperado es grande. 

El Cristo de la Sangre, el Crucificado, sólo es la imagen del gran precio que pagó Jesús por nosotros. Pero, Jesús ya no está en el madero, resucitó y ascendió al Reino de Dios. Desde allí nos envía a todas horas al Espíritu Santo para protegernos, para iluminarnos, para enseñarnos el camino. Un camino sencillo. Sólo pide un poco de amor.

Agosto 2010, Programa de las Fiestas de la Asunción y del Cristo de la Sangre de Vilafamés. 

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