LA MAS ALTA OCASIÓN QUE VIERON LOS SIGLOS
Muerto Franco, la Constitución de 1978 trajo la libertad, pero no extirpó el franquismo que quedó en algunos de sus artículos y en la convivencia del día a día. Por ejemplo, los sindicatos mayoritarios cebados desde el Presupuesto con dinero de todos los españoles, ocultan sus cuentas y el número de liberados, secretos mejor guardados que la fórmula de la Coca-Cola. No se ocupan de los obreros sino de ellos mismos, de su “status” que les ha regalado un nivel de vida como si fueran ejecutivos neoyorquinos. Mientras se olvidan de más de cinco millones de parados, pero cobraron comisión de los eres que los dejaron sin empleo. Por cosas así se han desacreditado totalmente. Los sindicados hacen falta, pero no esos dos chupadineros que apestan a franquismo.
La corrupción es otra lacra. No es nueva, durante la “añorada” segunda república saltó el escándalo de la ruleta eléctrica, llamada “straperlo”, cuyo introductor Strauss entregaba el 25% de los beneficios al Partido Radical de Lerroux y diversas comisiones el sobrino de éste y para otros políticos, a fin de asegurarse la autorización para instalarlo en el Gran Casino de San Sebastián y en el Hotel Formentor de Mallorca. La policía descubrió que estaba trucada y se prohibió el artilugio. Entonces Lerroux y Strauss riñeron por dinero y éste se vengó denunciando la mordida al Presidente de la República. Poco después, en la posguerra civil, a pesar del racionamiento, se creo un mercado paralelo de alimentos y piezas de maquinarias, que se conoció como “estraperlo”. La versión moderna es el dinero negro.
La sociedad que heredamos del franquismo venía de viejos tiempos. Celebramos ahora los doscientos años de “La Pepa”, la Constitución de 1812, que los españoles de ambos hemisferios se dieron en Cádiz, ciudad asediada por las tropas de Napoleón al mando del Mariscal Victor. Muchos de aquellos españoles que cantaban “Con las bombas que tiran/ los fanfarrones/ se hacen las gaditanas/ tirabuzones”, luego cantaban “viva las caenas” cuando regresó el Rey Felón, Fernando VII, antes llamado “el Deseado”, que derogó la Constitución, volviendo los hombres libres, que proclamaba “La Pepa”, a ser vasallos.
Sin echar hoy todas las culpas al último gobierno, que muchas tiene, la nación española es un desierto en muchos aspectos como educación, clasificados peor que algunos países africanos. Sólo despunta algún español a título individual, aquí un médico, allá un industrial, y los deportistas de élite. Cuando moría el Imperio también apareció ¡qué paradoja! el siglo de oro de la letras españolas.
Es el momento de construir sobre este solar económico y ético, una nación moderna, sin ataduras con el pasado de un signo ni de otro, sólo mirando al futuro e imitando a quienes, en otros países, lo han conseguido, aunque haya que cambiarlo todo, incluso la hora de levantarnos y las de comer.
Hay que olvidar la ilusoria “calidad de vida”, predicada por los falsos progres, imitando a los señores feudales y a los señoritos, que, cada uno en su época, pasaban por la vida sin el mínimo sudor. Hay que implantar la cultura del esfuerzo y del mérito. Está bien que el Estado tenga como meta la felicidad de sus ciudadanos, pero éstos sólo alcanzarán algún retazo de dicha por si mismos y contando con la solidaridad de todos. Los cantos de sirena de los que prometían maravillas sin esfuerzo han quedado en palabrería de vendedores de feria.
Parece que el nuevo Gobierno está dispuesto a la tarea. Cada viernes, del Consejo de Ministros sale una reforma. Aquel modo de vida que teníamos se ha hundido definitivamente. En nuestras manos, en las de todos, está inventar una nación nueva, próspera, sin permitir la mentira y donde se exija a todos arrimar el hombro, no sólo a los deportistas de élite. Como dijo Cervantes de Lepanto volvemos a tener “la más alta ocasión que vieron los siglos”. Hay que ganar esta batalla, como ganamos aquélla.
Castellón, 10 abril 2012, "Mediterráneo".
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