PRESENTACIÓN DE LA REINA DE LAS FIESTAS DE AGOSTO, FUENTE EN SEGURES 1955.

Reina y Señora. Bellísima Majestad. Hermosas damas de esta corte de Amor. Señoras y Señores.
Ya sabeis el lema de este tipo de fiestas: Fe, Patria, Amor.
Patria. Españoles somos como la galante postura de nuestra fiesta. Aquí nos cobijamos bajo este cielo español. Español por excelencia porque nos iluminamos el espíritu a la luz de sus estrellas y las estrellas en España no son rocas incandescentes, como dicen ciertos sabios atómicos. No. Aquí, las estrellas del cielo de España, son ilusión. Eso solo: estrellas.
Fe. Tenemos fe, por eso levantamos esta fiesta al Amor. Hoy Dios ha venido con nosotros porque festejamos el espíritu. Ha dejado un poco los claustros grises de otras partes – El que en todas partes está- para concentrarse aquí y proteger, con su manto de Padre infinito, esta Fiesta de Amor y de la mujer.
Yo vengo a hablaros de la Mujer y del Amor. Qué difícil es, Señora, hablar del Amor así! Ante la noche abierta que nos acoge y ante tanta gente. El amor está indicado para la intimidación. Se puede recomendar desde un púlpito, pero solo se declara, pura y noblemente y al mismo tiempo con todo su rubor, en la intimidad del tu a tu.
Y la dificultad aumenta al saber que no puedo bajar la voz para susurraros unas ardientes palabras, ardientes porque lo son todas las que salen del corazón. No. Tengo que hablar en voz alta, muy alta, porque hablo también para todas vosotras, mujeres.
Esta fiesta es para la Mujer. Italia. Provenza, Aragón y Castilla, otros muchos países, hace siglos que montan fiestas para la Mujer. Fiestas presididas por las leyes de la cortesía y por los impulsos del Amor.
Son estas fiestas para todas vosotras, una a una, porque cada una de vosotras, mujeres, es una reina. Es cierto. Vosotras lo sabeis. Y lo notais en el fondo de vuestros corazones. En realidad, el único secreto de vuestra vida, de vuestra felicidad, es que os habeis sabido crear un trono en cada momento de vuestro existir. Vuestro secreto es haber sido reinas en vuestras ilusiones, en vuestro noviazgo, en el amor dulce y rojo del matrimonio, en la paz trabajosa del cuidado de vuestros hijos.
Mis palabras, pues, no pueden bajar a media voz para hablaros hoy. Han de hacerse sentir por todas las mujeres. Yo quiero hacer sentir, hoy, a todas las mujeres en lo más profundo de su corazón, esa convicción que todas teneís: que sois las reinas de la fiesta de vuestra vida.
Majestad, señora.
No. No puedo llamaros así. ¿Qué significa esto en pleno siglo XX, en que lo importante no es nuestro nombre, sino nuestro valer? Así os llamaran otras personas más altas y más respetuosas que yo. Pero no tan jóvenes. Tengo que llamaros mujer y cantar tan solo por ello.
Sois nuestra Reina porque sois la mejor. Y lo sois por fortuna nuestra. Para la alegría de nuestra vida, de esta vida hoy llena de música y de risas, de esta vida feliz, por que todo hoy gira en torno nuestro.
Sois bella. Muy bella.
Palabra de honor que bella que sois!
Muchas veces pasamos bajo este cielo azul que os vió nacer. Un cielo, tan azul y tan puro, como el mar que os meció por primera vez en la cuna de sus olas y azul y puro es vuestro corazón. Muchas veces pasamos bajo ese cielo y nunca somos para darle las gracias ya que os hizo su luz tan hermosa.
Peor es que hay más. Por encima de todo sois mujer. Si Reina hoy ocupais ese trono, por vuestra hermosura, ahora tengo que deciros por que sois tan bella.
Es que tras de esos ojo, tras el palpitar suave y cadencioso de vuestro pecho, tras vuestros labios llenos de vida y dulzura, en cada una de vuestras palabras, de vuestros sentimientos y de vuestras miradas, asoma llena de vida toda el alma. Y cuando, a través del cuerpo asoma el alma, es que el corazón lo teneis de buena ley.
Por eso la hermosura del cuerpo es serena y majestuosa –grande- porque el alma, el corazón, se os derrama por todo el cuerpo, y la infinita belleza del cuerpo se impregna de la eterna belleza del corazón vivo. Por eso toda vuestra persona –cuerpo y alma- es bella.
En la belleza, pues, lo más interesante es lo que hay bajo la piel –el corazón- cuando se sale a través de ella.
Para ver cosas bellas ese trono estaría bien ocupado por una estatua. ¿Y el espíritu? El espíritu lo teneis vos, porque sois, no una estatua, sino una mujer.
Por eso Majestad os llamaré por el mejor de vuestros títulos: Mujer.
Mujer por que Dios en el principio de los siglos dispuso ya que lo fuerais. Y cuando se habla de Dios puesto que Él es Amor puro, fácil me es hablaros del Amor, Mujer.
Dios hizo muy bien el mundo. Cuando dispuso que el hombre tuviese una compañera, para regir la vida puso los impulsos del corazón y las leyes de la nobleza, de la caballerosidad.
Es esta nobleza, esta caballerosidad, quien eleva ese trono, hoy tan bello porque es vuestro, para festejar el Amor. Esa idea, ese sentimiento, esa realidad que es vuestra.
He ahí vuestra fiesta.
Mujer, por serlo, mucho sabeis del Amor. Ese Amor que cada una de vosotras lleva desde siempre en el pecho, más o menos dormido, más o menos despierto. Esta fiesta, este canto mío es para despertarlo en vuestros corazones, para que por encima de todo, de la rutina de cada día, de los dolores de la vida, hoy viva alegre en vuestro corazón, porque hoy es Fiesta: Ya que el Amor está entre nosotros.
Mucho sabeis del Amor. Y es que vosotras lo llevais, en flor, en las manos dispuesto a entregarlo, grande y sublimemente, como es él, al primero que lo quiera.
Yo he pensado a menudo, si esa elegante costumbre de besaros la mano tiene esta razón: el que en ellas –al darlas- dais el corazón.
Besaros la mano grande es, pero lo sublime, lo que rinde nuestra cabeza y hace inclinar nuestro cuerpo, nuestra devoción, es que al besaros la mano, besamos ese corazón que ella tiene abierto para endulzar la vida con las brisas eternas del Amor.
Cuando esta noche ya un poco tarde. A esa hora en que las estrellas están fijas y permanentes en el espacio. Cuando la luna es tan blanca como el azahar de una novia, a la hora en que duerma ya todo.
Duerme el buey de la yunta, cansado de tanto pisar el camino hasta la tierra de labor. Duerme el músculo que trabaja bajo el sol, comiendo con su hora la trigalera. Duerme el niño. Duerme la virgen. Y las campanas –volantes del aire alegre- duermen. Todo duerme en esa hora. Y dormirá hasta que la sábana blanca del alba se destape detrás de las montañas de levante.
A esa hora, mujer y Reina, damas bellas del Amor, mujeres, el Amor sorprenderá vuestros rostros dormidos y despertará el corazón ansioso.
Es fiesta del Amor, para ti, Mujer, mujeres, hecha voz por nosotros.
Fiestas de hombres para mujeres. Fiesta, pues, brava como sus tardes de toros. Fiesta –roja y verde- ensortijada en los rizos del baile.
Y es Fiesta de rondas y amores.
Rondas y Amores.
Nada más ahora. Luego, cuando la ronda pase tímida como la prima de sus guitarras, varonil como el bordón y penetrante como el canto agudo de sus cuerdas cadenciosas, cuando pase la ronda yo me acercaré a la ventana para deciros mil amores azules, para entregaros mi corazón –rojo y verde- para oíros decir: Amor que a la ventana vienes, entre el bordón y la prima, pasa a mi corazón por la celosía de este cantar que yo se que me canta más tu pecho que tu voz.
Y luego, mujeres, cuando con el corazón anidado en el pecho volvais a la sábana: dormir. Dormir, lo que escuchasteis emocionadas y temblorosas tras la ventana –amortajada de reja verde- no quiero que digais que la canté yo. Dormir y al día siguiente, al despertar, no penseis en mí, pensad en el Amor. En el Amor que desperté en vuestro pecho, en vuestro amor, cercano como un niño recién nacido o lejano como el amor que yace en guerra, en el amor feliz y esperanza que va del brazo de paseo o en el amor sin esperanza que va solo entre la gente indiferente, y que también es feliz, pues, es Amor.
Pensad en vuestro Amor, en el verdadero: el vuestro. Y si no lo teneis, si no es entero o si solo es juguete de manos o juguete de besos, tirarlo al barranco del olvido, tirarlo y pedirle a la luna, a los cielos y la mar que de sus reinos ricos e imposibles os traigan el mejor Amor. Y esperarlo, mientras, pensando en él, queriéndole ya.
La ronda pasa y con élla mi cantar. Esta noche, mujeres, yo iré –no con el canto grande de mis palabras- sino con el canto silencioso de la guitarra –guitarra que como una niña meceré en mis brazos- a cada una de vuestras ventanas a pediros a cada una en particular, ante la intimidad de la noche sola, que desperteis el amor en vuestro pecho.
Correr. Poneos en vuestra ventana y esperar un segundo allí.
Mientras, sigue mi canto a ti, Mujer. A las mujeres todas de este balneario, de esta España llena de cielos claros y de mujeres puras, de este mundo halagado en vuestra presencia.
Los que se rían y en la oscuridad de su pequeñez critiquen la sublimidad de vuestros corazones, del Amor, esos no me preocupan. No me preocupa que critiquen mi canto, mancharán con sus risas mi rostro y con sus murmullos creerán que manchan mi nombre. Pero el corazón no. El corazón no se mancha que está muy alto, con el Amor, con Vos.
Y ahora que la fiesta comience para todos. Que toque la orquesta las mejores melodías, que suenen las risas y que el baile gire.
Ahora que mi canto en voz alta, muy alta, toca a su fin, que empiece el vuestro.
Mientras lucen estos farolillos –estrellas de colores que se nos han caído a los árboles- cada uno que siga de la mano de mi canto, con su propia voz, cantando al oído de la mujer que tiene cerca mil palabras de amor.
Mirar a esta Reina, la nuestra, la única Reina. Y a través de su hermosura mirar en sus ojos, en toda ella, que se escapa su alma bella y pura.
En los giros de vuestros bailes, en el aire de vuestras risas y en el eco de vuestras canciones, esparcir por la noche, señora del comienzo de nuestra fiesta, todo ese alma que se escapa a través de tu hermosura, por que ella, mujer y Reina, es la verdadera razón de nuestra alegría, de nuestra felicidad en la vida que compartimos todos junto a estos montes, altos montes llenos de aromas y de reflejos azules, a la hora en que yo presento para que reine, entre nosotros, a esta hermosa mujer.
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