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miércoles
mar142007

PACO PASTOR

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     Señores y Señoras, En mi casa nos gusta mucho esos espectáculos de “Hollywood”, que vemos por televisión, donde se conceden premios de las distintas academias. El patio de butacas de los locales donde se celebran esas fiestas, está lleno de las caras más conocidas del cine y la televisión. Los presentados son los actores y estrellas más renombrados. Los premiados, cada año, son unos cuantos de ellos. Nos reimos mucho, porque les vemos a todos muy contentos, muy felices, muy amigos. Siempre con esa sonrisa en los labios, dispuestos a querer a todo el mundo. Todos se quieren. Nosotros llamamos a esas fiestas “hoy por ti, mañana por mí”. Es decir, hoy acudimos todos para darle un premio a fulano, con la esperanza de que todos vuelvan mañana para ofrecerme un premio a mi. Por muy bonito que sea, todo aquello forma parte de un tinglado. De una estructura, de una promoción. En el fondo es una industria, la maravillosa industria cinematográfica, la moderna fábrica de sueños.

      Con las presentaciones de libros ocurre igual. Sin embrgo, yo no he venido aquí, como ocurre en otras presentaciones de libros, con la esperanza de que ésta sea la fiesta de Francisco Pastor y “mañana por mí”. Yo, como vosotros, hemos venido aquí, unos cuantos amigos, a festejar a Paco Pastor, porque nos ha salido, no solamente, el hombre maravilloso que ya conocíamos, el verdadero amigo. Nos ha salido, además, un gran escritor. Lo conoceís de sobra. Es un leridano enraizado, como una roca, en Peñíscola. Como esa misma roca que rodea el mar, coronada por el Castillo y la mitra del Papa Luna. ¿Cómo es posible, de la noche a la mañana, que Paco, aunque ligado toda la vida al entorno de la literatura, aún habiendo hecho sus honestos pinitos de principiante en la juventud, ahora, en la madurez, ya jubilado, se haya dedicado a escribir esos cuentos maravillosos; en algo distinto, en algo que en todas partes le premian, que están en las librerias arrebatados por todo el mundo?

      Es muy sencillo. Los cuentos de Paco Pastor son míticos. Solamente lo mítico es grande. Sólo los genios llegan a escribir obras míticas. Os acordaís de esos maravillosos actores eternos segundones, aunque lo hacen maravillosamente. Nunca alcanzan la fama. En ellos hay un auténtico profesional, son la perfección del saber hacer. Pero, las estrellas, los que pasan más allá de los años y se recuerdan siempre, como Charlot, Gary Grant o Marlon Brando, por hablar de hombres, ó esas maravillosas mujeres, que parece que nos han dado más ternura, más sexo, más amor y más carácter que nadie, cuando solamente, como Marylin, se levantaron las faldas, sin enseñar las piernas (la recordaís allí, sobre la reja de ventilación del metro por donde salía el aire con fuerza) o Rita Haywort, que parecía se desnudase en escena y solamente se había quitado un guante negro, que le cubría por encima del codo. ¿Qué tienen esas figuras que no tienen los demás? No son más bellas, ni más guapas, ni más inteligentes, ni trabajan mejor. Además de todo eso, aportan algo que los hace entrar en el reino de la mítica. Se apoyan con un gesto y, no solo alcanzan la perfección, la traspasan. Se convierten en mito. El mito se describe en el diccionario como “fábula alegórica”. Miticio es algo irreal que se ha convertido en real, porque lo hemos aprehendido así. No es sino un maravilloso invento de los hombres. La creación del mundo, esa magnífica historia del big bag que no tiene ninguna base cierta, es un mito apasionante para todos. Que son los ángeles, todas las historias de religión, todos esos maravillosos libros que nos llevan más allá de la realidad y que, trascendiendo la verdadera esencia de la realidad, creando otra mucho más sugerente, convierten la acción de un hombre en mito.

     Los libros verdaderamente geniales, aquéllos que perduran a través de los siglos, solamente tienen un secreto, son míticos. La maestria en el escribir, el dominio de la escritura, la belleza de una frase o de un verso, no tiene nada que ver con el haber creado una obra mítica. No hay que confundir el que las historias que nos cuentan en los libros puedan ser verdaderos o no. Cualquier novela, cualquier relato, normalmente está inventado por el escritor, pero, no por inventado es mítico. Es una historia inventada, pero parecida a la que nos puede mostrar la realidad. Cuando esa historia entra en el mundo de lo que posiblemente es irreal, cuenta cosas que en la realidad no se pueden dar y, sin embargo, llegamos a creer que son reales, o que, al menos, existen. Cuando hay serias dudas de lo que pueden ser, entonces entran en el reino de lo mítico. Todos los relatos de mitología grecoromana, esos dioses que aún perduran en las constelaciones del cielo, invento de los griegos y luego recreación de los romanos, la Diana Cazadora, el Rapto de Europa, todo eso es mito. Muchas veces dudamos si realmente han existido o no. En realidad, esas historias forman parte de nuestra cultura y son tan reales como los números, tan reales como las ecuaciones, tan vigentes como los árboles que van adornando nuestro paseo. Cuando hablamos del pueblo gitano, de su cultura, de lo que tiene de extraña y rara puede que nos apasione o nos lleve al racismo, a decir ellos en su sitio, aparte. Pero, cuando uno de sus artistas se levanta en un tablao y sus brazos surcan el aire con una cadencia y un hacer solamente comparable al lance de ese torero que para, manda y templa y nos hace vibrar con un auténtico ¡Olé! (porque esas cosas no es necesario aprenderlas, ni filosofarlas, se sienten) es porque han transpuesto lo real y entrado en lo mítico. Lo trata de explicar en “La teoría y juego del duende” Federico García Lorca, donde nos narra como Manuel Torres le decía a uno que cantaba “tu tienes voz, tu sabes los estilos, pero no triunfarás porque tu no tienes duende”. Es algo que está más allá de la perfección, o que, tal vez, no es más perfecto que lo que hacen los demás, ni más profesional, ni más exacto, ni más verdadero. Pero ha entrado en lo mítico. Cuando se entra en lo mítico no hace falta contar toda la historia, porque ésta nos pertenece y está arraigada entre la gente. Cuando se oye: “He aquí el tinglado de la antigua farsa”, se nos encienden las candilejas del teatro y estamos dispuestos a ver levantarse el telón. No hace falt hablar de Caperucita cuando se habla del lobo. Se recuerda toda la historia. Qué tiene ese cuento de apasionante. Pues, que es mítico. Todos nos identificamos o con la abuelita, o con el lobo, o con Caperucita. Podrá parecer infantil, pero ese cuento es auténticamente mítico, forma parte de nuestra cultura, es universalmente conocido y querido por todos. Los mitos, al fin y al cabo, solo están traduciendo las auténticas pasiones de los hombres. Cuando se oye el monólogo de Hamlet, la duda de ser o no ser, de existir, es mítico porque es la duda que todo hombre siente, es la eterna adualidad de la vida, en la que uno parece que es feliz y, tal vez, no lo sea. O parece, que es desgraciado y, tal vez, tenga motivos para ser feliz, por el solo hecho de estar vivo. Cuando se ha logrado el mito, empieza uno a pensar que esa persona, ese libro, esa historia, es grande y está más allá. Para siempre, en el Olimpo.

     ¿Habeís pensado en Don Quijote, al que casi nadie ha leído?. Que sería de Don Quijote si no hubiera atacado son su lanza a los molinos. Acaso no dudamos todos desde hace 500 años si los molinos eran gigantes disfrazados y Don Quijote no estaba loco. Libros de caballerias en aquella época, como en todas, hay muchos. El caballero que rescata el Santo Cáliz es el que hoy rescata a la chica. Da lo mismo que actúe con armadura de caballero o con colt a la cintura. Siempre es una lucha en defensa del débil. Pero no todos son mitos. Don Quijote si. El único secreto del Príncipe Azul, no es el de ser príncipe, el de ser guapo, el de ser joven, el de estar dispuesto a casarse con la Bella Durmiente. Esa Bella Durmiente que todas las mujeres, cualquiera que sea su edad, llevan en el fondo de su corazón, lo único que anhela es la esperanza. Por eso, el Príncipe Azul nunca es vuestro marido, ni vuestro novio, sino solamente un sueño, un mito. La pirueta final en las fábulas es sólo una moraleja, pero cuando la pirueta final es trascender la realidad y crear una fantasía capaz de poblar nuestro sueño, entonces es un mito. No todos los mitos han de ser como el de la Bella Dumiente, también puede ser el sueño de Don Quijote, o puede ser esa maravillosa historia de “Cien Años de Soledad”, donde a Petra Cotes le ponen hasta los pollos, donde Melquiades conduce la trama como si fuera, no un director del circo, sino auténtico dios de toda la historia. Donde los buenos suben al cielo, como subió mientras cosía en la galería, de puro buena, Sofía. Qué sería la Biblia si no estuviera plagada de mitos. De cosas que nos parecen reales como esas sillas que ocupaís. Las serpientes se enroscaban en los árboles ofreciendo una manzana en la boca. Los mares se abrían de par en par y los judios pasaban, para que se volvieran a cerrar las aguas sobre el ejército del Faraón. La mujer curiosa se tornaba estatua de sal. El precio de la odalisca, perdidos sus siete velos, era la cabeza del Bautista. Puede que no sea historia, pero evidentemente es real. Como Zeus, una pura invención, tal vez, de los hombres o, tal vez, del mismo Dios, que nos ha inventado a nosotros. Y volviendo a los libros de Paco, a esos míticos cuentos que ha creado, hay que decir que traspasa la realidad, que sus personajes son siempre de una escalofriante plasticidad, auténticamente mítica. Como el ferroviario poeta que en la pizarra donde debía anotar los atrasos de los trenes, escribe sus poemas.

     De todas maneras, he de confesar sinceramente, antes de terminar, que lo que he dicho, tal vez, no sea así. Tal vez, esto no sea más que una fantasia, que por desgracia para mi, no tiene nada de mítica. Lo importante es que Paco ha escrito dos libros maravillosos y yo he venido a decirlo, porque es mi amigo.

10 de Noviembre de 1990, Circulo Mercantil y Cultural. Vinaroz. Presentaciónde los libros de PACO PASTOR "Malcolgao" y Las Sortijas a Desdtiempo".

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