UN CUENTO CIERTO
Los cuentos salen de los velos de la fantasía y entre ellos se deslizan ligeros. Los cuentos ciertos nacen al dejar volar sobre las páginas macizas de la Historia la fragilidad de nuestros sueños.Ya que queréis que os cuente uno cierto vamos a soñar, no hagáis ruido, sobre la vida de San Francisco Javier.
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…Erase una vez un hombre muy recio, de roble y de una pieza. Se llamaba Ignacio, uno de los mejores escultores que ha habido. Iba por esos mundos con su escoplo y su martillo haciendo obras de arte, que ofrecía a Dios, donde quiera que encontrara una buena piedra, un buen mármol.
Un día, era en París, vió un joven. Era transparente como el alabastro y fuerte como el granito. El mismo se trabajaba. Tenía unas aristas muy hermosas, pero aún estaban escondidas bajo el conjunto de la piedra. Se le presentaba un porvenir brillantísimo. Llegaría a ser, tal vez, un formidable sillar, digno de cualquier catedral sobre las que se levantan hilos de oraciones, de las que casi rozan el cielo con sus torres en las que solemos creer que hay un nido, no porque lo veamos, sino porque arriba hay una cruz. Y bajo la cruz -¡qué paradoja!- siempre se encuentra, a su calor, un nido.
Ignacio pensaba: ¡qué lástima! En lugar de un buen sillar de catedral, yo haría de él una imagen para el altar mayor. Es tan hermoso, están tan claros sus perfiles entre la masa amorfa, que haría de ella una gran obra. Luego la enviaría a recorrer el mundo y, cuando hubiere terminado su camino, la pondría en un altar y todo el mundo peregrinaría para verla.
Ya os he dicho que el escultor era muy recio, y no se arredró. Robó la piedra al picapedrero.Y, poco a poco, entre oraciones y consejos, a escoplo y martillo, forjó una obra enorme, maravillosa. Resultó tan perfecta que el Señor la besó entusiasmado y cobró vida. Era el año 1.5…
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Y ahora, que recorra el mundo. Llamó a su obra y le dijo: Oyeme, Javier … porque te llamarás Javier; ve a recorrer el mundo. De Italia pasaa España, a Portugal y de allí a las Indias, a todas partes. Es la hora de tu destino, vete. -Pero, Padre, ¿qué haré yo por esos caminos? Me aburriré de tanto correr y más correr. Además, voy a ir tan solo … -Hijo mío, Javier, no vas solo. Ahí tienes al Señor que será tu mejor amigo. Vas con Él. Te quiere mucho, te dio la vida… Ve con el, Javier.
Fue con el Amigo. Caminaban juntos. Todo lo resolvía, todo lo aseguraba y alegraba el Amigo. Pero apenas iniciadas las primeras jornadas aquel alabastro tan transparente logró traspasar el hondo misterio, la infinita tristeza de su compañero. Una noche vió como sudaba sangre … -Amigo –le dijo- ¿por qué estás triste? No quiero que lo estés. ¿Qué te pasa? -Una vez, Javier –explicó- yo dí a los hombres toda mi fortuna, todo mi tesoro: dí mi vida por ellos, para que fueran muy amigos míos. Y ya ves, apenas nadie me hace caso; tu lo habrás observado en lo poco que llevamos de viaje. Pero ahora, ya no les digo, como antes, que vengan; al pasar a su lado los miro con ternura y dejo que se acerquen. Tengo unos pocos incondicionales que consagran su vida para que los demás vengan a Mí. ¡Pero hay tantos que ni me conocen… y los quiero tanto a todos! -Yo te conquistaré a esas gentes. Tengo que recorre el mundo; pues bien, lo haré por Ti; a todos les diré quién eres; te los traeré a todos.
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Le preocupó mucho cómo consiguiría hacerse con ellos. El problema era grande; hacía mucho tiempo que Ignacio acabó su obra cuando empezó ésta su camino. Casi no sabía nada. Por dondequiera que entraba exponía sus ansias, hablaba, consolaba a todos. Usaba de las dotes que le eran más precisas de entre las que él se forjó, las que le imprimió Ignacio y las que le alentó el Amigo. A todos los enamoraba. A todos daba su mano. Y por las noches, en lugar de descansar, lloraba por los que no habían querido alegrarse con él, por lo que no había enamorado.
El Amigo estaba cada vez más entusiasmado con Javier y, en vista de que por las noches el llanto le oprimía, le daba sus consuelos, le enseñaba sus riquezas y le regalaba con pedacitos de cielo. Ponía las estrellas en su mano y la luna en sus ojales. Hacía que apoyase los pies cansados de tanto caminar en una almohada hecha con la cabellera de dos ángeles rubios y hermosos. En el corazón le ponía un gozo tal, que siempre le obligaba a decir: “Amigo, no más, que me muero con tanto gozo. No me des más, que si muero, ¿quién irá mañana a por los que todavía no te conocen en el mundo? ¡Hay tantos que lloran aún! Déjame, Amigo, para que mañana vaya con ellos y por la noche vuelva con ellos para Ti”.
Caminaba tanto que el sol y la luna tuvieron que turnarse sin descansar para que no les adelantase en el camino.
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Por fin llegó a un isla que estaba delante de un gran mundo nuevo. Todo el ansia de Javier era ir hasta aquel continente tan cerrado como hermoso y tan hermoso como su nombre: China. Estaba en el umbral de China. Con el llamador en la mano. No quería acabar su viaje sin regalarle aquel presente a su Amigo. Pero, el Padre del Amigo, enterado de todo y satisfecho de lo bien que cumplía su misión aquella bella obra esculpida por Ignacio, quiso llevarlo a su morada para tenerlo más cerca; quiso tener en su corte al juglar y al arquero de las hazañas divinas. Llamó a su Hijo para que se lo trajera. Y Éste le dijo a Javier: -Javier, ven conmigo a casa de mi Padre. El quiere que vengas. -Yo quiero ir; pero antes déjame aún que te regale las sonsiras de China. Será el presente que lleve a tu Padre, pero Éste era Omnipotente y Sabio y se lo llevó.
Contaba un ave del cielo que lo vió ascender cómo miraba muy fijamente hacia arriba, pero que todavía su mano se dirigía más allá del mar. “Ahí está China, Amigo, yo la quiero toda para Ti”. uando llegó a la mansión prometida y se sentó a los pies del trono del Omnipotente. con su caña de pescar iba izando pedazos de China. Con ellos hacía un mosaico de luces amarillas. Desde allá arriba continúa llevándose corazones con esa sonrisa que sabe a aguas bautismales y suena a caridad.
***
Desde el puesto que le prometió Ignacio al escultor, hoy Javier, desde el altar mayor, nos atrae para que conociéndole nos sintamos felices, alegres y enamorados de él. Todos de rodillas, ante la preciosa obra de arte que formó aquel magnífico artista, nos entregamos y a través de las transpariencia del alabastro vemos la mirada del Amigo de Javier, del Amigo de todos. Y mientras, desde ese altar va conquistando amigos y completando paciente el mosaico de luces amarillas que quiso llevar conj él para cerrar las ventanas orientales del cielo como un arco iris de resurección, mientas este cuento se acaba. Es un cuento cierto, como vosotros me habéis pedido. Peregrinar hasta Javier, dejaros enamorar de él y a través del alabastro transparente, veréis la sonrisa del Amigo.
"UD",Deusto, Marzo de 1953. Año Centenario de Javier.
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