El sofá del psiquiatra

Manolo decía al que tenía al lado “no pego ojo, no puedo dormir, primero no me aclaraban si la hija de Al Bano se suicidó o está en Santo Domingo y ahora no se qué le ha dicho Ibarretxe a ZP de parte de Otegi, ni qué órdenes ha recibido el batasuno de ETA”. Estaban todos, pero el Pibe no había llegado. Cuando los milicios decidieron dar el paseo a los subversivos o echarlos a volar sobre el mar, en pelotas y sin paracaídas, muchos argentinos se vinieron a España. Llegaron psiquíatras muy buenos, entre ellos el Pibe. Le llamaban así porque si mentaban a Maradona era como si se le apareciera la corte celestial. Sobre la mesa de despacho tenía una enorme foto del Pelusa y otra de Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, nacido en Freiberg, Moldavia 1856, de familia judía que se trasladó a Viena cuando tenía 4 años. Ya médico amplió estudios en París, donde trataban algunas enfermedades mentales con la hipnosis, que él reemplazó
por su nuevo método de libre asociación, base del posterior psicoanálisis. Enseñó que los procesos psíquicos inconscientes se ordenan por leyes propias, distintas de la lógica que rige la parte consciente del individuo. Entendió que en los sueños se trata de proteger las consecuencias de los deseos reprimidos y, por ello, estudió su interpretación, así como los conflictos que quedan en la mente del individuo de cuando era un niño. Conociendo cuál es el trauma interior de la persona, por medio del psicoanálisis, se puede aflorar y corregir. También estudió la ansiedad como reacción contra situaciones que el individuo cree peligrosas.
Pepe comentaba “no comprendo la terapia de grupo, antes te acostaban en una tumbona y te trataban individualmente, como en las películas de Woody Allen”. Jaime lo aclaró “nos tratan en rebaño porque no hay bastantes tumbonas desde que proliferan psiquiatras y psicólogos, en las tiendas quedan algunas diseñadas por Le Corbousier, pero cuestan dos kilos y son muy incómodas, aunque adornan en la esquina del salón tanto como un piano. Esto consiste en que hables, que saques lo que llevas dentro y el Pibe diga una frase, a ser posible corta, que evidencie tu contradicción. A veces te das cuenta que estás equivocado”.
Entró el psiquiatra, pantalón de pana y jersey grueso que se sacó por la cabeza y lució su camisa de lana a cuadros. “Excusame llegué tarde por el tráfico. Empesemos, vos Agapito cuéntanos”. “Entiendo el boato por los 5000 muertos en campos de exterminio nazis, que se merecen eso y más, pero no entiendo el olvido de tantos muertos en los gulags soviéticos; me angustia que el Conseller en Cap desde Canadá pegue voces, que se oigan en España, amenazando al Presidente del Gobierno, que se acojona; si le miro la cara, veo su sonrisa acartonada y si miro de cintura pa abajo, está con los pantalones caídos. Estoy angustiado ¡qué va a ser de este país!” El Pibe miró a Joaquín que, sin levantar la cabeza, “como los catalanes no quieren nada de nosotros, yo no consumo sus productos, el cava no me importa, porque hay Don Perignon, pero el espetec ¡qué voy a hacer sin espetec!” Luego miró a Paco y a Nacho que, muy identificados, los dos decían lo mismo “estamos hechos un lío, nos trastornó mucho, que a pesar de la guerra de Iraq, Bush ganara las elecciones, pero ahora
Blair también ha ganado ¡por mayoría absoluta! o ingleses y americanos están locos o nosotros somos unos gilis”. Por fin, Manolo pudo exponer su angustia “no puedo dormir, nadie me explica de qué han hablado Ibarretxe y Zapatero?” El Pibe, con su acento porteño, les cortó mirando a todos “¿Vos solo platicás política?”. Bernardino, que acompañaba a su sobrino, miró al psiquiatra “tal vez éstos no necesiten terapia de grupo, ni tumbarse en el sofá, me parece que son otros los que deben aclararse, aflorar sus resentimientos ocultos y sus traumas de cuando eran niños, que les obligan a actuar como actúan”. El Pibe sonrió “no hay bastantes sofás, ni psiquiatras para eso”.
17 de mayo del 2005, Diario "El Mediterraneo".
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