Juan de Dios. La libertad

Juan contaba las últimas noticias del pueblo de Rosario María de las Flores, allá en el altiplano andino. Al desterrar el Juez, Don Severando, a los directores de los dos periódicos, los redactores de “La Verdad”, nombraron a Juan de Dios, que no tenía pelos en la lengua. Cuando Funesto, vendedor de ataúdes, volvió a hacer recaudación con los tres pastores de la sierra muertos por la guerrilla, les dedicó varios editoriales transparentes. Hablaba de la libertad a la que todo ser humano tiene derecho, nadie puede privarnos de ella, garantiza nuestra vida. La guerrilla lo raptó una noche. “Como eres tan macho y todos los días escribes contra nosotros, te cortamos las manos”. Le quemaron los muñones para que no sangrara y, desmayado de dolor, lo dejaron a la puerta del hospital. Al cabo de pocos días, a pesar de los dolores, aún sin manos, volvió a “La Verdad”. Dictaba sus editoriales y Mercedes los ponía en el ordenador. La gente se hacía lenguas de la valentía de Juan de Dios. “Acabarán con él”. Como un mal presagio, al mes le volvieron a raptar. Lo tenían aislado de los guerrilleros y de otros “prisioneros”, en una cueva de la sierra. Una mujer de la guerrilla le daba, cada día, algo parecido a una sopa. A la semana, lo llevaron al comandante. “Macho eres, sin manos y continúas con tus escritos. Te cortaremos la lengua y no podrás dictar”. Juan de Dios se estiró todo lo que pudo, luciendo su dignidad: “Me has cortado las manos y me puedes cortar la lengua, pero seguiré siendo libre para pensar lo que quiera”. El comandante, rojo de ira, dijo a su segundo “un hombre libre que piensa es muy peligroso, así que dale”. Le metieron un tiro en la frente y antes de la madrugada arrojaron, en la plaza, el cuerpo sin vida de Juan de Dios.
Rosario María de las Flores decretó tres días de luto y banderas a media asta, las campanas doblaron a duelo y los trabajadores de los dos periódicos, se reunieron a la vista de los vecinos. Hablaron, propusieron y tomaron una decisión. Hicieron una colecta y fueron donde Juan Mateo. “Somos 47 los que trabajamos en los dos periódicos, aquí tienes dinero suficiente para hacer 48 lápidas, en todas graba “murió en defensa de la libertad, arriba una cruz y abajo deja sitio para poner nuestros nombres y la fecha”. La primera grábala con el nombre de Juan de Dios”. Juan Mateo preguntó “¿y el apellido?”. Rosario María de las Flores le contestó: “los hombres que pasan a la historia, tienen bastante con un nombre”.
Cuando un hombre defiende la libertad con su vida, puede encender a un pueblo. O, al menos, a su mayoría. No hay que pensar en comunistas e independentistas, lo suyo es destruir España y todo lo que representa. Pero hay gente que ante la buena idea de que la guerra trae males, vuelve a salir a la calle a protestar por la de Iraq. La cuestión no es la guerra, sino el terrorismo, que no está causado por el hambre, ni por las injusticias que padece el tercer mundo, sino por los fundamentalistas, etarras, talibanes, alqaedas y otros varios. Son todo lo mismo, no están jerarquizados, pero si unidos horizontalmente, como dice Garzón. Ellos acabarían, si pudieran, con nuestra libertad, como hicieron en Afganistán y pretenden en el País Vasco, donde tener ideas distintas a las de ellos puede causar la muerte, como le ocurrió a Juan de Dios en el altiplano y aquí a tantas víctimas, todas inocentes.
Si defender la libertad propia y la de todos implica una guerra, encargaremos más lápidas a Juan Mateo, pero la libertad es sagrada. Nadie puede invocar ciertos derechos fundamentales, cuando el principal, el que hace posible los demás, está en peligro: la libertad.
22 de febrero de 2.004, Diario "El Mediterraneo".
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