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sábado
jul292006

La fiesta de las flores

     Volaban hacía el aeropuerto donde les esperaba Rosario María de las Flores. Juan, Roberto y Bernardino, acompañados manolete.jpgde sus esposas, hacía días que habían votado por correo y el día de reflexión iban a pasarlo en el altiplano, olvidándose de sus discusiones sobre política. La fecha coincide con el penúltimo sábado antes del verano y en la ciudad de su amiga se celebra, como cada año, la Fiesta de las Flores. “Es el título de una canción mejicana”, contaba Bernardino “la preferida de Manolete,jorge negrete.jpg cuando iba a torear a Méjico, a pie del avión le esperaba un mariachi tocando esa canción. Al final de los años 40 predominaban los boleros y las canciones mejicanas”. “Recuerdo a Jorge Negrete en nuestro Teatro Principal”, le cortó Juan, “en la función de la tarde se hizo esperar. Impaciente por oírlo, el público protestó. Él salió, cantó dos canciones y desapareció. Tras un ruidoso y largo pateo apareció de nuevo en el escenario, con traje mejicano, tripita incipiente, y comenzó a cantar “yo soy mejicano” en tono desafiante. Los espectadores se fueron levantando y saliendo, primero de uno en uno, luego todos y quedó el teatro vacío. Por la noche se enmendó, cantó todo lo que le pidieron y gustó mucho”.

     La Alcaldesa los alojó en su casona, el patio estaba lleno de flores y también los balcones y ventanas, como todas las casas de la ciudad. La recorrieron la mañana del sábado, estaban engalanadas todas sus calles. La plaza era un estallido de color y perfume, parecía un jardín gigante rebosando en todas direcciones. En las casetas vendían de todo y explicaban que la azucena significa inocencia, el clavel rosa recuerdo, el rojo enamoramiento, las orquideas belleza y el perturbador jazmín, con su perfume, sensualidad. tarot_sol.jpgTras larga siesta y copiosa cena, cuando Rosario María de las Flores llevaba a sus invitados a la plaza para que vieran, desde el balcón del Ayuntamiento, el concurso para la elección de la Reina de las Flores, coincidieron con María Candelaria. Diecisiete años, esbelta, bien formada, ojos azules, melena morena, vestida con traje largo, brazos y espalda al aire. Estaba en la caseta del Tarot, la Alcaldesa le sonrió: “suerte en el concurso”. Una cíngara enorme, con grandes collares dorados, se ofrecía a echarle las cartas, sacó del mazo unas pocas y las puso formando la cruz celta. “Deja que levante tus cartas, niña, hay un mensaje para ti”. Dió la vuelta a las tres primeras que señalan el pasado. Estaban llenas de espadas: “has sufrido; huérfana que añora a su madre, bien educada pero falta de cariño”. Rosario María de las Flores giró la cara demudada. Era cierto, el padre murió en accidente antes de nacer la niña y la madre en el parto. Los tíos la criaron sin apego y luego la llevaron al internado de la capital. Acababa de volver con su diploma y, como premio, sus tíos le habían comprado un traje de noche para que pudiera presentarse en el concurso. La cíngara levantó las cartas que leen el presente y apareció la carta XX, el Juicio Final. María Candelaria se asustó, pero oyó: “no está acompañada de espadas, sino del As de Bastos, tu vida cambiará, el sufrimiento ha terminado, te anuncia cosas buenas”. Levantó la primera carta de la tercera fila y apareció la XVIII, el Sol. La cíngara la puso encima de las demás: “cuando aparece el Sol no echo más cartas; no hay otra mejor; tendrás todo lo que deseas y serás muy feliz”. El micrófono llamaba a las concursantes. María Candelaria se volvió: “luego hablaré con usted”, pero la Alcaldesa no la dejó terminar, la cogió del brazo y se la llevó. “Las echadoras del Tarot tenían prohibido cobrar”, dijo Bernardino, “pero sus clientes deben hacer siempre un regalo”. Se quitó un rubí del dedo: “lo heredé de mi abuelo y lo tengo en gran estima, ten, por tus palabras”.

     Tras dos horas de músicas y desfiles, estalló una gran ovación cuando María Candelaria fue proclamada Reina de las Flores. Un castillo de fuegos artificiales iluminó el cielo. Mientras saludaba con una mano y con la otra sujetaba la banda que la proclamaba Reina, su melena negra flotaba alrededor de sus ojos de agua. Buscó con la mirada la caseta del Tarot ¡la cíngara había desaparecido! Preguntó, pero nadie la recuerda en Valdeflores.

13 de junio de 2.004, Diario "El Mediterraneo".

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