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viernes
nov092007

LOS ENVIADOS SECRETOS

                                                 

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     Los enviados secretos del Rey habían vuelto y, postrados, esperaban la real autorización para informar. El más anciano habló primero. “Mi Señor, he visto jardines maravillosos, bosques con árboles que daban frutos de mil clases y praderas con flores de mil colores”. El Rey miró al siguiente. “Mi Señor, hay un país que tiene carros de combate tirados por elefantes e innumerables soldados, que forman en grupos apretados y cuando lanzan sus picas el día se oscurece”. “Mi Señor”, comenzó el tercero, “he visto correr, por encima de enormes arcadas, un fino río de agua, que venía de las montañas para abastecer a las ciudades; y debajo de sus arcos los caminos empedrados llegaban a los confines del Reino”. Seis más fueron contando las maravillas descubiertas en sus viajes, “como las praderas nevadas por cien mil ovejas paciendo”, mientras la muchedumbre lanzaba exclamaciones de asombro y aplaudía. El más joven habló el último. “Mi Señor, he visitado un país donde los hombres que gobiernan son elegidos por el pueblo y los jueces son independientes y una vez nombrados nadie los puede cambiar”. Se produjo un denso silencio, no se oía reír a los niños, ni piar a los pájaros. El Rey y sus consejeros se retiraron. A la mañana siguiente, al despuntar el sol, los convocó. “Los Jueces en este Reino también serán independientes. Como cualquier hombre, cada uno pensará de una manera, así pues, todo consiste en que la justicia sea lenta y, cuando hayan de ser juzgados mis intereses, hacer que el Tribunal esté formado por hombres que piensen como yo y crean justo darme la razón”. Con el tiempo los sabios decían: “la justicia no se compra, ni se vende, se regala”.

     Los puritanos ingleses que emigraron a Norteamérica, no confiaban en el hombre, pensaban que era fácil para un gobernante convertirse en tirano. Para impedirlo se basaron en la división de poderes –legislativo, ejecutivo y judicial- y crearon un sistema de “pesos y contrapesos”, de modo que los tres poderes se vigilasen entre sí, y coartasen su respectivo poder, a fin de que ninguno de ellos acabara en tiranía. En cambio, el optimismo de Rousseau por el hombre, derivó en Francia en el terror de 1.792 y luego en la dictadura napoleónica. Cuando oímos que la división de poderes de Montesquieu ha muerto, hay que echarse a temblar. Detrás viene el despotismo, el totalitarismo.

     La justicia en España, a nivel de ciudadano medio es eficaz, a pesar de su lentitud y de sus farragosos procedimientos, ajenos a las últimas tecnologías. El Juez es independiente y libre de hacer justicia, según su criterio, y dentro de las normas. Pero, al más alto nivel, los miembros del Consejo del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional, no todos jueces profesionales, son elegidos por políticos de uno y otro signo para un periodo de pocos años. Cuando tienen que resolver un asunto, todos los españoles saben de antemano en qué sentido se pronunciará cada uno, votarán según quién los nombró. Más que Magistrados independientes con criterio propio, parecen miembros adscritos a los partidos políticos. Tenemos un gran problema hasta que todo el aparato judicial se gobierne por si mismo. El Ministerio y las Consellerías del ramo sobran.

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