LA USURA Y LOS NEGOCIOS
Bajaba del Alto Maestrazgo por sus asuntos. Peinaba moño canoso, vestía de negro una toquilla y una falda amplia y larga, propias de una masovera y manejaba una vara delgada a modo de bastón. Prestaba dinero y venía a asesorarse. Uno de sus clientes no le pagaba los intereses desde hacía casi un año y traía la escritura de hipoteca que garantizaba un préstamo de unas veinte mil pesetas. “Si me paga los intereses no quiero llevarlo al juzgado. Llámelo, a ver si paga.” De pronto dio un salto, fue a la puerta del despacho, la abrió, se cercioró de que nadie escuchaba y volvió. No se sentó de nuevo, se inclinó sobre la mesa y musitó unas palabras. “¿Qué dice usted?” Volvió a musitar y el abogado a pedirle “por favor, hable más alto”. Se acercó más a él a través de la mesa, casi se tumbó sobre ella, y muy bajito dijo: “no cobro el dos por cien que dice la escritura, sino el tres.” “Pues póngalo en la hipoteca, que las Cajas están cobrando el doce.” Se estiró y dio un alarido: “Lladres”. La pobre mujer era una inocente prestamista, muy lejos de la usura, que sin duda temía, porque era delito hasta que el ministro socialista Juan Alberto Benlloch lo suprimió.
La usura ha sido desde siempre el gran azote de las clases menos favorecidas. En la Edad Media aparecieron los Montes de Piedad en las ciudades-estado italianas, a instancias de los franciscanos, donde podían empeñar sus pertenencias los necesitados sin pagar intereses. Cuando se crearon las Cajas de Ahorros se asociaron a los Montes de Piedad, destacando su finalidad filantrópica, puesta en manos de personas pudientes que las fundaban y regían sin cobrar nada por ello, pero con los años ha cambiado el sistema, operan como Bancos y sus órganos directivos están copados por políticos y sindicalistas que cobran buenos sueldos y se regalan escandalosos “bonus”. En Caja Madrid sus nuevos dirigentes han anulado los “premios” que se habían asignado los antiguos mandamases por importe de muchos millones de euros, cuando ya habían cobrado 25 millones de euros, en un momento en que para su salvación han necesitado fondos pagados por el Gobierno. Muchas Cajas españolas están arruinadas gracias a los manejos de sus directivos, como Caja Castilla La Mancha, sin que nadie exija responsabilidades a quienes la hundieron totalmente.
Los agobios han sido atribuidos a la crisis y el Gobierno está dispuesto a salvar eso que llaman el “sistema financiero”. Ha decidido nacionalizar muchas Cajas, operación que consiste en transformarlas en Sociedades Anónimas y una vez limpias de deudas y males, a base de inyectar dinero público, el de los ciudadanos, venderlas por un precio simbólico al mejor postor, es decir, a un Banco. Como hicieron con el Banesto. Y los créditos concedidos por las Cajas a empresas o a simples ciudadanos, una vez pagados por el Estado por su moninal real, revenderlos al nuevo dueño por un par de euros. El Fondo Interbancario, por ejemplo, pagó a Banesto por un crédito hipotecario de 9.000.000 ptas y lo vendió al nuevo Banesto por 39 ptas. (No hay error de imprenta, “treinta y nueve pesetas”) y se apresuró a cobrar al deudor los 9.000.000,- ptas y los intereses. La empresa de nuevo marqués de Villar Mir debía 17.500 millones de pesetas, el Estado pagó el crédito y luego lo vendió al nuevo Banesto por un poco de calderilla, que lo cobró de nuevo de Juan Miguel Villar Mir. Eso son “negocios”. Fabricar automóviles o bolsas de patatas fritas es industria. A veces se gana y a veces no. “Negocios” es acercarse al Gobierno a ver lo que cae. Por eso Botín y González fueron a ver a Zapatero a urgirle la nacionalización de las Cajas, cuantas más mejor. Y a ver lo que cae.
15 de marzo de 2011, "Mediterráneo."
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