MARÍA CINTA

Señoras y señores.
En esta noche inolvidable para ti, María Cinta, que toda tu vida recordarás como uno de los días más felices, como uno de los días que te setiste más hermosa y admirada. En esta noche, yo quiero contarte un cuento, como se cuenta a las niñas pequeñas para que se duerman o como se cuenta a las enamoradas mientras se las acaricia. Al fin y al cbo, los cuentos solamente sirven para entretener. Para entretener a los niños mientras se duermen o para entretener a los enamorados mientras se arrullan.
Este pequeño cuento narra lo que para mi ha sido las fallas. Yo no tengo conocimientos de historia, pero, desde los diez a los dieciocho años, he estudiado en Valencia. Como estudiante, bueno o malo, la llegada de un momento, tan importante como las fiestas, era un alborozo. Entonces no había grandes altavoces, ni música ambiental. La fiesta de las Fallas se hacía anunciar por los organilleros. Llegaban con su pianola, con su organillo cargado sobre un pequeño carro, tirado por un burrito. Desde las aulas o desde los patios de juego, se oía a través de la tapia, el pasodoble fallero. Era el primer anuncio de que San José y sus fallas estaban ya a las puertas. Se aproximaba una fiesta importante. Luego, el olor a pólvora de las tracas, de las mascletás. Los juegos de artificio , con sus enormes palmeras de todos los colores, llenaban las noches de ilusion y de alegría. La Platá. Y, por fin, culminándolo todo, se quemaban las fallas.
En la boca nos queda el regusto de la resaca de la fiesta. Al día siguiente, según la tradición, mientras nos quitábamos el sueño como podíamos, porque había que volver a clase, los falleros se reunían de nuevo para hablar de las fallas del año siguiente. La fiesta, como la vida, para los falleros siempre continúa.
Antigualmente, los gremios celebraban sus fiestas y los carpinteros, para San José, según la leyenda, limpiaban sus talleres, sacaban los trastos viejos a la calle y los quemaban. De ese culto milenario, ancestral, por el fuego, surgía la fiesta; como surgía por San Juan con sus hogueras; o en la Santantoná en Morella. Como en tantos otros momentos, según la vivencia y tradición de cada pueblo, surgían las fiestas del fuego.
Para mí, lo interesante es que la falla no es nada más que un andamio de madera, revestido de un barroco cartón piedra, con unas historias más o menos jocosas, que hacen la delicia de quienes las contemplan y que protagonizan los ninots. Entre todos los que se plantaban cada año, uno era el ninot indultat. Esos se conservan en un museo todavía. Posiblemente, sufren el castigo de permanecer eternamente en la cárcel de ese museo, mientras el polvo de los años y las cicatrices, que el tiempo deja en su cartónpiedra, los va destruyendo, como se destruye la materia en un vertedero. No llegan, nunca, a su verdadero destino, que es el fuego.
Yo veía arder los ninots y, siempre, me preguntaba si su pequeña alma de cartónpiedra se escapa de la quemá, entre las llamas; porque, cuando al filo de la madrugada, en el suelo solamente quedaban cenizas y restos calcinados del andamio de madera, el espíritu de los ninots parecía que estaba todavía en el aire oscurecido, que se acumulaba sobre la ciudad. Con el estallido de las últimas carcasas y de las últimas palmeras de los castillos de fuego, como estrellas, que en lugar de caer, se fueran hacía el infinito, se escapaba el alma de cada ninot. A dónde iban esas almas. Esas almas iban a su reino celestial, donde esperaban casi un año, para que los artistas falleros volvieran a traerlos el año próximo, para San José. Al fin y al cabo, son como pequeños cómicos descendidos desde lo más alto, que año tras año se posan un momento, sobre aquel barroco andamiaje de la falla, para contarnos su historia, para contarnos, cada año, un cuento distinto. Para hacernos un chiste cada vez actual y vuelven, con los últimos cohetes, nuevamente, a su reino, para retornar otra vez, transformados, al año siguiente. Un ninot es siempre el mismo con un disfraz diferente.
Tu, María-Cinta, que no olvidarás esta noche y que siempre te sentirás Fallera Mayor de la Falla del Campanar, como otras que te han precedido y todas las demás que vendrán en el futuro, tienes que aprender que, día a día, hora a hora, se puede conseguir, entre trabajo y trabajo, la felicida, que está compuesta de esos pequeños ratos, en que se habla con los amigos, se disfruta de una buena comida, se lee un libro, se baila, se oye música, o se pasea. De ese bello momento en que, quieta, miras el mar, o de ese dulce abrazo cuando estás enamorada. Todas esas cosas, hechas sin prisas, sin dejar que te empuje el momento siguiente, que viene a ocupar tu vida, forman, al cabo del día, al cabo de la vida, el conjunto de momentos felices que pueden hacerte decir: he sido feliz toda mi vida.
Tu has sido elegida Fallera de una fiesta sin igual, porque es una fiesta lúdica, mítica y mágica. Es una fiesta de juegos, donde el principal juego es reconvertir, en risas, los sinsabores de los ratos amargos del año. Es volver a traer los ritos del sagrado fuego. Dios de la antigüedad y único descubrimiento importante del universo. Y celebrarlo entre músicas y risas. El fuego, tal vez, fue el primer fruto que el hombre arrancó de la tierra, acercándose hasta su volcán; o el primer invento que descubrió, frotando dos palos o dos piedras, al conseguir la primera chispa. Conservar el fuego ha sido, siempre, el primer trabajo organizado de la humanidad. Hoy, que tantos inventos hay, al fin y al cabo, toda la energía, todo el amor y toda la vida, nace, se disfruta y se vive, gracias al fuego. Sin el dulce sabor que nos da el fuego, no es posible que nuestros padres nos trajeran al mundo, no es posible desarrollar la vida y no es posible, sin un fuego auténtico, disfrutar de estas fallas. La más importante fiesta de tu vida.
Recorriendo otras tierras, nos damos cuenta de que solo algunos saben que son por San José, pero todo el mundo sabe que existen las Fallas. Pocos sabemos en que consiste este inmenso misterio, que se celebra, año a año, con un verdadero ritual. Por eso, cuando han pasado a la categoría de las cosas que no tienen historia, sino leyenda; cuando han pasado al capítulo de las cosas, en que no es importante los datos exactos sobre ellas; podemos decir haber conseguido que una cosa tan material, como la madera y el cartónpiedra de la falla, se ha convertido en un mito, en algo que está más allá de la realidad, en algo que está en la leyenda, en algo que pertenece al reino de lo mítico. Con esos dioses griegos, que solamente eran mármol o solamente eran unas rayas esculpidas en una piedra y se han convertido en el símbolo de la Poesía, de la Tragedia, de la Comedia, de la Ciencia, de la Familia, de la Guerra y del Amor.
Sobre todo, ésta es una fiesta mágica, es una aquellarre de personas buenas, es una fiesta de amores brujos, donde, a pesar de la preparación de cada año, a pesar de los sacrificios y luchas que, día a día, viene manteniendo la magnífica Comisión que ha hecho posible que subsista una falla, como la del Campanar, cuando llega el día de la plantá, la falla surge ante nosotros, como un hecho mágico. Como sale de la chistera el ramo de flores, o como de la manga del prestigitador aparece una paloma blanca, o un pañuelo multicolor. Esa magia, que se ve rodeada por el mágico fuego en su momento último, es la que hace que los espíritus de los ninots vagen por el firmamento, durante casi un año, escondidos tras las estrellas. Con las primeras notas del fallero, con las primeras tracas, que nos llaman, vuelven a aparecer al año siguiente incorporándose al andamiaje barroco de la nueva falla, con su nuevo cuento, para narrar la historia de un nuevo año, que presidirá otra mujer, hermosa, como tú.
Que tu vida sea, como la de los ninots. Que en los momentos amargos sepas esconderte en las estrellas, para volver a reinar en el siguiente momento. Así, sumando todos esos momentos felices, tendrás, como las fallas, una larga vida, una vida alegre. Una vida lúdica, una vida mítica, una vida mágica.
Buenas noches.
Marzo de 1992, MANTENEDOR DE LA FALLERA MAYOR DE LA FALLA "EL CAMPANAR" DE BENICARLÓ.
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