RICARDO CARRERAS

Su viuda, la abuela, y su hija soltera Emilia, la persona con más inteligencia y capacidad de ternura que he conocido, desde los años de la preguerra vivían con mis padres. Ya pequeños, mi hermana y yo sentíamos un profundo respeto por cuanto decían del abuelo. La primera imagen fue la de un hombre inteligente, amable, despistado.
Venía un día de la masía, junto con la abuela, a pasar el fin de semana a Castellón y al entrar en la ciudad, en el fielato, donde entonces se cobraban tasas por las mercancías que venían de fuera, le preguntaron los carabineros si tenía algo que declarar y Don Ricardo, tal despistado como siempre, dijo que no. Al ver la cara de la abuela, fue registrado el carruaje y encontraron dos pollos peladosy demás viandas a medio preparar que traía ella para pasar el fin de semana en su casa de la calle Enmedio. Al día siguiente, en uno de los periódicos de la ciudad, aparecieron las aves desplumadas en un dibujo sarcástico y gozoso, bajo el título: “Los pollos de Don Ricardo”.
En otra ocasión, fue a dar el pésame por la muerte de un amigo y encontró tan desconsolada a la viuda que quiso ofrecerle un pañuelo que llevaba en el bolsillo para que secara las lágrimas, pero, descuidadamente, había cogido el pañal de uno de sus hijos de encima de la mesa y fue el pañal lo que ofreció a la viuda, en medio del duelo.
El abuelo era, para nosotros, un hombre despistado para ciertas cosas, tierno con su familia, charlatán por los codos, siempre de tertulia con los amigos, impulsor de tantas cosas (fiestas y política), dibujante y escritor empedernido. Dedicó toda su vida, todo su afán, a defender las raíces de todo lo auténtico que había en Castellón y su provincia, a defender los valores tradicionales, y especialmente a la cultura y, a través de ella, al progreso. Esa lucha agotó su vida y su patrimonio. A pesar de que ciertos triunfos políticos ocasionaron el apedreo de los cristales de su casa y las de sus correlegionarios, siempre llevó la cara levantada y se entendió con todo el mundo, con los de su partido y con los del otro.
Por encima de todo, para él, estaba el progreso en la cultura de Castellón. Igual le preparaba las oposiciones a un amigo, que fue Notario, tomándole los temas, como empujaba a su amigo Pepot, como él le llamaba, para que terminase “Tombatosals” y le ayudaba a transcribirlo en correcto valenciano. Así se lo agradeció públicamente, cuando escribió valenciano. Así se lo agradeció públicamente, cuando escribió Pascual y Tirado “jo soc conegut en el mon lliterari per Don Ricardo i, como soc ben naixcut, vull ofrenar-li des d’aquestes págines, per ell, tal estimades, lo meu agraiment grandíssim”.
No solo escribió “Doña Abulia”, no solo se desvivió recorriendo los pueblos de Castellón. Aún conservo fotografías de sus excursiones en aquellos coches que obligaban a vestir sobre la ropa un guardapolvo, por el estado de las carreteras y lo primitivo de aquellos automóviles, recorriendo Peñíscola, Catí, Benasal, San Pablo de Abocacer, Culla y tantos otros lugares. A Catí dedicó un bellísimo libro cuya prosa no tiene nada que envidiar, en fuerza y elegancia descriptiva, a los más ilustres viajeros de este siglo. “Este es para nosotros el caso de Catí, la vieja aldea morellana, la villa recoleta en un rincón aromado de nuestra alta montaña; dorado caserío en la severidad grisácea de las eminencias circundantes, sobrias de vegetación, escuetas de arbolado: sonrisa del espíritu levantino en la faz adusta de una naturaleza dura”.
Fue director de periódicos y revistas, dibujante, novelista premiado. Nunca hemos tenido en casa la sensación de que el abuelo nos hubiera defraudado. Es el hombre más brillante de la familia. En contra del consejo que me dio un conocido comerciante de esta ciudad, “no es lo mismo que al final de la vida pongan tu nombre a una calle de Castellón, que el que todas las casas de la calle sean tuyas”, nuestra familia ha sentido el orgullo de que aunque el abuelo perdiera tantas casas como tuvo en Castellón, su nombre permanezca roturando una de sus calles.
En la lucha a favor de la cultura, los que no comprendían lo que esto significaba para el progreso de un pueblo, a los creadores de la “Sociedad de Cultura Castellonense”, la más prestigiosa entidad cultural del Reino de Valencia, a cuya cabeza estaba el abuelo, Don Ricardo, en cuya casa de la calle En medio nació dicha Sociedad y allí se confeccionaron los primeros Boletines, allá arriba en la buhardilla, que ellos llamaban, con una palabra argentina, el Bochinche, la gente que no entendía que se podía “malgastar” el dinero en la cultura, en lugar de atesorarlo, llamaban a aquellos hombres, despectivamente, “Els Sabuts”. Para nosotros, para su familia, continúa siendo un título de honor, inapreciable honor, que el abuelo haya sido uno de los primeros “Sabuts” de Castellón.
Quiero brindar al Excelentísimo Ayuntamiento de Castellón, especialmente a la iniciativa del su Excelentísimo Sr. Alcalde, la idea de que se cree una Orden Cultural consagrando el título de “Sabut” y que este título sea otorgado no solo a los que ya lo llevaron desde hace años a sus espaldas, para unos como una cruz y para ellos como un preciado título de honor. Que con el título de “Sabut” sean premiados los que dedican desinteresadamente su vida y sus obras al progreso cultural de Castellón, porque, al fín y al cabo, solamente los que saben impregnar de un estilo, de una ética y de una cultura a un pueblo, son los que realmente trabajan por hacerlo grande y próspero. Lo demás, lo material, viene luego. Nunca ha progresado nadie, sin que primero se haya alzado la voz de los cultos, la voz de los poetas.
23 de Abril de 1994. LEIDO EN LA GRAN FIESTA CULTURAL -DÍA DEL LIBRO- CELEBRADA EN EL TESTRO PRINCIPAL, PRESENTANDO LA SEGUNDA EDICIÓN DE DOÑA ABULIA A CARGO DEL EXCMO. AYUNTAMIENTO DE CASTELLÓN.
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