PASCUAL Y LORENZO

Pascual es más joven. La verdad es que Lorenzo es todo un abuelo. Tiene la cara llena de arrugas y la boca hundida. No se sabe que ha influido más, si el aire del tiempo o su eterna sonrisa. En su cara se lee una palabra: años. Y también: buen hombre.
Lorenzo ayuda a Pascual. Los dos son albañiles. Que éste está poniendo su suelo de ladrillos, pues Lorenzo le ayuda. Que hace pared, pues Lorenzo ayuda. Siempre amasando el cemento o la tierra. Siempre alcanzando las cosas que el otro va a necesitar.
Lorenzo es má pobre. Pascual incluso tiene un huertecito que el mismo cuida, cuando acaba su trabajo.
Pascual es mucho hombre. Termina las cosas al milímetro. Entiende al que le dirige. Capta las ideas y sabe interpretarlas. Está dotado de una gran calidad. Es un cerebro privilegiado. Lo que exactamente quiere decir, que no hay que hacerlo ingeniero, ni ministro, ni tan siquiera jefe de sindicato, sino albañil, que ya no hay que hacerlo porque lo es y tan bueno como el primero. Eso sí, si para músicos Beethoven y para físicos Einstein y para generales Alejandro Magno, para albañiles Pascual.
Lorenzo es más torpe. Con la pala aun no ha podido. Después de cuarenta años y pico en el oficio solo sabe trabajar con el azadón. El azadón, si, eso se le da muy bien.
Pascual tiene bicicleta. Pascual vive a cinco kilómetros de la población donde trabaja. Lorenzo también vive allí, pero no tiene bicicleta.
Pascual tiene una hija muy bien casada aquí en la ciudad, dice él. A pesar de que viene todos los días a su trabajo de albañil, la ve poco.
-Ella sabe que si necesitase algo iría a pedírselo. Que más puede querer una hija.
Luego insiste:
- Además, muchos domingos viene a vernos, a su madre y a mí, y come a casa.
- Ella si que sube –interrumpe Lorenzo, sonriendo con su cara de años- pero Pascual siempre está a la pesca.
Siempre no. solo voy alguna vez.
- Lo hace muy requete bien. El último día se hizo con el Campeonato Provincial.
- El primer premio no. Me parece que el tercero o el segundo. Es que estos días con eso de las horas extraordinarias, ni tiempo de ir a preguntar a la Hermandad, he tenido.
Pascual, además, tiene un hijo que es colchonero.
-Hay días de cuarenta duros y más de jornal. Siempre no es lo mismo, pero, unos días por otros, se gana bien la vida el chico.
El hijo de Pascual fuma rubio. El padre siempre negro.
-Un día le dije: fumas demasia, y me dijo: padre, si casi no fumo. Es muy formal, los domingos se compra una cajetilla y los más días ni fuma.
Lorenzo no tiene hijo. Hija. Tiene una hija.
-Pero es del primer marido de su mujer.
-Es que mi mujer se casó con otro hombre, que se murió –aclara Lorenzo- Ahora que la chica es como si yo fuera su padre. Me quiere la gana.
-Hombre lo que vale es el comportamiento y Lorenzo se porta muy bien.
Un poco antes de las cinco Lorenzo entra del pagio con un montón de baldosines recién encerados.
-Hoy es fiesta, no deberíamos trabajar más que hasta las cinco.
-Eso ¡Que no estará bien! Por lo menos una horita pa ir antes a casa. Así hay tiempo de darse una vuelta por el casino.
Pascual asegura que no juega. Lorenzo tampoco.
-Lo menos –dice éste- llegar y darle un beso a la mujer, otros días ni tiempo de eso.
Lorenzo no es un chaval. Un beso con sus labios hundidos ya no podría. Como no sea besando un poco de lado. Tan enamorado a su edad.
-¡Que no es mi mujer!
Por hoy es bastante. Que se vayan a sus casas. Uno a adecentarse un poco y a charlar con los amigos en el casino. El otro a darle un beso de viejo a su mujer. Perdón. Lorenzo. Quería decir solo: un beso. Eso es bastante. O mucho.
-Lorenzo, vamos ya. Que nos despachan. Hoy, si que tendrás tiempo de estar con tu mujer. Vamos, que, si no, no te la acabarás. En lo flaco que está él, su mujer es una cosa así y Pascual hace un gran círculo con las manos, mientras deja el trabajo sonriendo.
Lorenzo se va. Pascual sale con más calma. Como lleva bicicleta. A la salida de la población espera a Lorenzo y lo lleva en el cuadro.
-Es que por el centro, dos hombres como nosotros, hacemos el ridículo al cuadro –dice el que siempre pedalea.
-Yo iría a pata, pero Pascual siempre se empeña.
A la mañana siguiente Pascual trabaja con toda precisión, como siempre. Lorenzo trabaja, se endereza, se pone una mano en la cadera y con la otra se rasca la cabeza, ladeando su gorra hecha jirones. Pone cara de haber dormido poco.
-¡Qué de dormir! Toda la noche destapao y con las rodillas de la mujer en los mismitos riñones.
-Es que ayer al ir a casa, na más llegar, regañó con la señora. Pascual hace cigarro.
Con la ilusión que tenía el pobre Lorenzo de darle un beso a su mujer. ¡Estas mujeres!
-El beso se lo dí. Pero después, por culpa de usted, se enfadamos. Como nos convidó a pan y jamón y vino y todo aquello, le devolví el bacalao que me puso pa comer y me regañó. Se pensó que no había comido. Total, culpa suya. Por convidarnos, ya ve.
-Que te cuidan demasiado. Están en tú como si fueras un chicuelo. Pascual y el otro que conversa se ríen.
Lorenzo el lunes siguiente vino con gorra nueva.
-Me la ha comprao mi mujer, agarró el aumento de jornal y me la mercó.
-Pero hombre, tan nueva te la ensuciarás de seguida.
-Es igual. Veinticinco pesetas que cuesta. A más mi mujer me la comprao para trabajar, pues pa eso.
-A tu te cuidan mucho -y Pascual acaba de liar su cigarro, le da dos chupadas, se lo mete en los labios y ¡hala! todos a trabajar.
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